viernes, 2 de marzo de 2012

EL SUEÑO DE KIMO

EL SUEÑO DE KIMO

Kimo era un chaval de unos quince años; alegre y ávido de aventuras. Vivía con su “tío Carl” un hombre de aspecto asiático por sus ojos rasgados, en la posada que éste regentaba en un pueblo costero de un país llamado Mandaler.
A su puerto llegaban toda clase de barcos cargados de tesoros e historias de países lejanos.
En uno de aquellos barcos llegó Carl “el chino” semanas antes de que los padres de Kimo perecieran en el incendio de su casa. Él era un viejo amigo de la familia por lo que se hizo cargo de la posada y del pequeño Kimo que se encontraba en la calle jugando cuando se originó el incendio.
El tiempo fue pasando y Kimo creció entre piratas, buscadores de tesoros y princesas encarceladas en viejos y altos torreones. Eran los protagonistas de las historias que le contaba Carl, después de cenar, al abrigo de la lumbre en las largas noches de invierno.
Una de aquellas noches mientras Kimo escuchaba las historias de su tío Carl, llamaron fuerte a la puerta, Carl y Kimo se apresuraron abrir, llegando justo en el momento en que bajo la fuerte tormenta un joven desaliñado se derrumbaba a causa del agotamiento, del frío y del hambre.
-¡Por favor ayúdenme! – dijo con un leve hilo de voz cayendo en los brazos de Kimo.
Rápidamente lo entraron a la posada y lo acercaron al calor del fuego. El joven abrió los ojos por un momento y al ver el rostro de Kimo dijo antes de caer en un profundo sueño -¡Tu eres el joven de mis sueños!
Venía de lugares lejanos, escapando del matrimonio que habían acordado sus padres; los reyes de Turdankan, con el príncipe del país vecino que solo aspiraba a ser dueño y señor de las tierras del joven desaliñado que no era si no la princesa Amira.
Su tierra era rica en piedras preciosas de todos los tamaños y colores. Entre las joyas más preciadas estaba el “Janatin Mágico”. En su base habían incrustadas siete piedras del tamaño de una fresa que al unir sus destellos se trasformaban en energía que hacía que Turdakan fuese invencible y poderoso.
Amira sabía que su pretendiente solo quería el poder que tenía el Janatin Mágico para ser el hombre más rico del mundo, así que un día, amparada en la negra noche, subió a uno de aquellos barcos y se escondió en la bodega con la esperanza de partir en busca de la piedra Madre que anulaba el gran poder del Janatin, si éste caía en manos malhechoras.
La piedra Madre; según le había contado su abuela la tendría el hombre que realmente le amase por ella misma.
Amira soñaba todas las noches con un rostro joven que le susurraba al oído mientras dormía: - Solo puedo llegar a ti de tu mano.
Por fin el joven despertó; a su lado permanecía Kimo mirándole. El rostro de Amira, ya recuperado fue dibujando una relajada sonrisa, miró al muchacho y le dijo cogiéndole la mano:
- Soy Amira, princesa de Turdakan y he navegado a lo largo y ancho de los mares en tu busca. Dame tu mano y ven conmigo a vencer la maldad y reinar junto a mí en el país de las piedras preciosas.
En aquel momento se abrió la puerta y entró Carl
- ¡Vamos Kimo ha salido el sol y es hora de levantarse!
El muchacho dormía placidamente.
En su rostro se dibujaba una tranquilizadora sonrisa.


Pepa Navarro i Rodrigo- febrero 2008

lunes, 27 de febrero de 2012

SABER ESCRIBIR ES VIVIR

SABER ESCRIBIR ES VIVIR



Érase una vez…
Así empiezan los cuentos o las historias, pero… ¿Qué os podría contar?
O mejor dicho… ¿Cómo podría comenzar una historia que os enganche hasta el final?
Aunque no, no lo voy hacer. No os voy a contar ninguna historia, ni corta ni larga, cada uno de nosotros somos una historia en sí mismo, tan solo voy a escribir, escribir…

Escribir es vivir; titula uno de los libros de José Luís Sampedro; escritor, humanista y economista ¡y es cierto!
Vivimos cuando escribimos y relatamos lo que queremos decir, aunque no seamos conscientes de ello.
Personalmente, he descubierto a lo largo de los años, que cuando escribía; sobre una servilleta de papel de un bar, mientras me tomaba una cerveza en soledad, o en una de tantas libretas que casi siempre intentaba llevar en el bolso por si se me ocurría algo en algún momento que necesitaba expresar, o sentimientos que no tenía con quien hablar y lo hablaba con mis cachitos de papel y tenía que dibujarlos en esas hojas en blanco que terminaba llenándolas de sentimientos que ni siquiera sabia ponerles nombre.
Pero así, poco a poco y casi sin darme cuenta iba llenando pedazos de papel de palabras con sabor a vida. Buena o mala, pero “vida”
La verdad es que mis escritos con sentido o sin el, fueron llenando los rincones y cajones de mi casa.
Con el paso del tiempo llegó el día en que me pregunté ¿y qué hago yo con todo esto? ¿A quien le puede interesar leerlo? Y me dije: A mí… ¡por supuesto!
La verdad es que pensé que a nadie le podía interesar leer aquello que escribí en momentos de soledad, en momentos de pasión y en otros de exaltación. Así que los fui dejando en una vieja caja de cartón, sin ningún orden, ni clasificación, solo la fecha y a veces sin ella, hasta que llegase el momento de volver a leer y recordar lo que años atrás había escrito solo… por escribir, y entonces supe, que las palabras dibujan las hojas en blanco de la vida.
Siempre creeré que…”Escribir te hace vivir”



Pepa Navarro i Rodrigo - 2012