miércoles, 11 de mayo de 2011

El tiempo y las bajas presiones

10 de Mayo de 2011


Maldito dolor de cabeza, de espalda, de cervicales… no entiendo porqué tiene que influir el tiempo en el estado de ánimo. Sale el sol. Alegría. Cielo cubierto. Nubes cargadas. Malhumor. Dolor. Esto es de locos… estamos a merced del tiempo, pensé que solo lo estaba el campo y parece ser que la gente también.
Y yo me pregunto ¿por qué?
Puedo entender que el cuerpo se resienta por la presión y la humedad del ambiente, porque éste pueda calar en los huesos y dolerte ¿pero en los estados de ánimo por qué tiene que influir el tiempo? ¡Esto es de locos! No se puede estar todo el invierno mal por el frío y la lluvia, en primavera por el cambio diario de temperatura, hoy sale el sol, 25º grados, mañana tormenta, granizo… etc. y cuando ya el cuerpo se te amolda al calor, aparte de asfixiarte, este dura dos meses y vuelta a empezar en septiembre con el agobio de que llega el invierno, el frío y la humedad. Lo que te lleva a encontrarte bien unos sesenta días de los trescientos sesenta y cinco que tiene el año. ¿Y esto es vida? Al final para ver si al día siguiente me voy a encontrar con fuerzas, con ánimo y sin dolores… tengo que estar atenta al señor del tiempo de los telediarios ¡manda cojones!

martes, 12 de abril de 2011

Madurez vacía.

Siempre quise creer que estabas junto a mi. Quizá, la misma ilusión, hacía que te viese en cada esquina.
A tu abrazo me abandoné, confiando que me cuidarías ¿quién si no... por la vida me guiaría?
De ángel de la guarda e mi hijo ejercerías.
Inocencia y rebeldía. Peligrosa juventud que a bocados comía porque la ignorancia de mi interior, yo no veía.
En mi corazón una herida y mi mente tranquila; porque sabía que Tu de mi hijo cuidarías.
Sentimientos recuperados en mi alma vacía.

Muchas veces me pregunto
¿fuiste feliz, algún día?
Tu muerte para ti en descanso eterno se convertiría.
Tu muerte para mi, en soledad se tornaría.
Me rebelo ante el hecho de que no fueras feliz, y en mi ignorancia me recreo, apartando los pensamientos que mi razón descubría. ¿De qué te sirvió ser buena, alegre y de mirada limpia? Si nadie nos dimos cuenta que en tu interior sufrías.

Vestidos negros.
Alma cristalina.
Vientre germinado.
Niña envejecida. Por el dolor, por la impotencia, por no encontrar la salida del mundo tenebroso en el que me encontraba sola y sombría.
Hasta ver la luz que la lejanía del dolor, en mi camino dejaría. Añoranza maternal, envuelta entre sedas yo no tenía y quería.Recuerdos recuperados en mi madurez, que en mi juventud de mi lado apartaría y ahora mis poemas a ti van dirigidos. A ti, MADRE MIA
Pequeñas cosas de Maria Marzo 1991

A MI QUE AMO LA MAR- 1 de abril de 1991

A mí que amo la mar,
Esa mar que me dio
La dulzura de tu mirada
Reflejada en sus aguas
En el momento en que te encontré.

A mí que amo la mar
Esa mar que puso en mi boca
El sabor de tus labios.
Endulzando mi vida,
Sin pensar que algún día esa dulzura,
Se volvería amarga como la hiel,
Inapetente como la sal.

A mí que amo la mar,
Que me calma y me arropa,
en momentos de soledad,
que me hace hervir la sangre,
en momentos irrepetibles,
que me hace odiar el mundo,
en momentos de impotencia,
que me hace sentir viva en momentos de pasión.

A mí que amo la mar, me digo:
¡mójate en ella, acurrúcate en ella,
Déjate llevar por ella, tranquílizate con ella,
Quizás en ella encontraste el amor y en ella lo viviste,
Ella te separa de él,
Enorme, fuerte y compacta, pero en ella me sostengo para sostenerme a mi misma, al percibir en ella ese aroma querido y excitante a salitre que me recuerda la mar y me recuerda a El.


A TI QUE AMAS LA MAR 19 de Mayo 1991

A ti que amas la mar.
Donde el aroma de su brisa,
te trae el olor de la cueva profunda
y frondosa de la mujer a la que amaste.

A ti que amas la mar.
En la que se adivinan la forma de sus senos,
Cuando las olas se manifiestan quietamente.

A ti que amas la mar.
En la que se descubren sensaciones,
Como las que tu estar me daba,
En ella veo, en sus esponjas, tus labios carnosos,
Oigo en sus adentros sus gritos de amor,
Adivino es su fondo el color de tus ojos,
Siento en sus algas la ternura de tu piel.
noto en su tormenta la desazón que con sus enormes aguas me pierdo yo por perderte a ti.

A ti que amas la mar, te digo:
Ámala porque ella la ama
Siéntela porque ella la siente,
Bébela porque ella la bebe,
La mar, ella y tú,
Tú, ella y la mar,
Testigo silenciosa de vuestras miradas
Ayudada a llenarse con vuestras lágrimas,
Lágrimas saldas como la mar,
ella las trae y ella las lleva,
de continente en continente,
de playa en playa,
de cala en cala,
¡pero no serán las únicas!
Habrá más lágrimas de manos separadas,
Hoy, ayer, mañana.
Irán llenado la mar,
Endulzando el momento de las manos unidas que se reflejan en ella, por eso, por ellos, por ti me digo:

A ti que amas la mar.




De Ignacio para Mª José; año 1991, desde Brasil


A ti que amas el mar, ese mar que nos separa, que nos mira desde su inmensidad, que nos ha dado recuerdos felices, tan breves, tan intensos, tan lánguidos….
Ese mar que te acaricia, que me acaricia, que nos une. A ese mar contaré mis penas, mis deseos, mis recuerdos y él te traerá mi aroma, como a mi me llenará de tu fragancia, de tu cuerpo, de tu deseo.

En ése mar te mirarás y me verás, en el me buscaras y me hallarás, en el derramaras tus lágrimas y yo las beberé,
Porque él es el testigo silencioso de nuestro encuentro y de nuestro adiós y cuando él con sus cálidas aguas toque tus pies y ciña tu cintura y bese tus pechos, notarás en el mis propios brazos, mis propios labios y sabrás que en la distancia te tengo muy cerca de mi, mi querida, mi reposo, mi amiga.

Ya nunca será el mar, un extraño para ti, porque el también te ama a ti, a ti que amas la mar.








7 de Junio de 1991




Ansiedad que oprimes mi garganta, que llevas hasta mi respirar, el mar de lágrimas que llevo dentro.
Lágrimas empapadas de impotencia, amargas en su soledad, ansiosas por salir fuera de un cuerpo inerte, marcado en su eterno caminar, fuerte es la presa de sus sentimientos que las intenta ocultar, creyendo que es síntoma de fuerza ante los ojos de los demás, el no verlas deslizarse, por la fina piel, de un rostro más.

Juegan con mi corazón, mi fuerza, afloran hasta las pupilas para luego volverse a ocultar, vergonzosas y juguetonas, así vienen y van, sin dejar a un cuerpo libre de esa ansiedad.






Cuan limpia es la lealtad que se refleja en tus ojos transparentes y vivos. Lanzan su rayo hasta penetrar en mi corazón.
¡Tocado!
Me hacer daño, y te quiero, soy tu reflejo y me quieres, asimismo me rodeas de inquietudes.
Inquietudes en las que te ves.




7 de Junio de 1991

Trenes de la vida que se cruzan en un punto sin más, pasan rozándose sin apenas llegarse a mirar, así vamos los hombres por la vida en este duro caminar, creyéndose llenos de todos y moviendo su corazón en soledad, que se esfuerzan por dejar salir los sentimientos sin llegarlo a lograr.
¡Calla, no digas mas!, no quiero que nadie te oiga, sigue callado sin más, bombea las lágrimas hacia dentro, no las quiero dejar ver, aunque sienta que me ahogue en mi propio mar, no quiero que nadie piense que nada puedo soportar, todo lo llevo dentro, encuadrado. Para poder continuar sobreviviendo en esta llanura de trocos secos, sin salvia y sin nadie que los pueda abonar de cariño y ternura para que puedan germinar, limpias lágrimas claras y dulces y no amargas como la sal, lágrimas de fuerte alegría que no hay que porqué ocultar, así puedes aflojar la presa y dejarlas hasta mis ojos asomar y reflejen sonrisas en la vida de los demás.


PEQUEÑA FLOR DE CAMPO - 7 de Junio de 1991


Pequeña flor de campo, sois chiquita pero persistente por continuar llenando de color a esta tierra seca y agrietada, dándole belleza y aroma.
Frágiles pero unidas, sois capaces de embellecer esa habitación humilde.
Os arrancan de vuestra tierra y no os quejáis, los humanos no pensamos que también vosotras tenéis sentimientos y dolor, somos egoístas, lo sé, pero no tenemos fuerzas para simplemente ir al campo a admiraros, os queremos cerca, en nuestra casa, sin pensar donde vosotras queréis estar. ¿Podréis perdonarnos algún día?

Pequeña flor de campo.




7 de junio de 1991


Rayos de algodón emanaban del sol, mientras los ocultaban las nubes caprichosas, parecían tus largos brazos queriendo tocar la suavidad perfumada de la primavera.




18 de Junio de 1991

Presiento tu corazón en el ambiente, tu áurea es latente en el aire…
Pienso en ti y no tengo palabras para describirte, todo se concentra en tu interior, algo tan usual en los poemas, comparar los sentimientos con el aire, el mar, el sol, las nubes, aquella gaviota blanca, la pequeña flor que pasa inadvertida a los ojos de los demás, la mirada de la niña harapienta, de ojos triste, cabellos de oro, con su cara sucia de mirada limpia.
Ya no queda nada por describir, nada nuevo por comparar, los sentimientos siguen siendo los mismos, aunque el mundo se empeñe, se esfuerce por disfrazarlos, el sol es el sol, el mar es el mar, y sobre todo el amor es amor.
Deseos irrefrenables de amar y de ser amada, de sentir una mano unida, una mirada cómplice de ternura, cuando se ha conocido la felicidad ya no se puede vivir sin ella, se busca, se necesita con afán, se necesita como el aire para seguir sobreviviendo. Inhalar el humo de un cigarrillo en la paz del dormitorio, junto a la persona que amas, ¡soy consciente! Estoy pidiendo a gritos que se me ame, que se me quiera, que pueda amar, querer, desear, a un hombre, relajarme en su pecho, apoyarme en su ternura, soñar entre sus brazos. Noto mi cama enorme, grande, fría, vana… estuvo llena, llena de amor, pasión incomprensión, llanto, pero la siento vacía, yo estoy vacía, y no puedo soñar en ella.
No echo de menos al hombre con el cual, la compartí, ni a ninguno de los que pasaron por ella sin pena ni gloria, echo de menos esa imagen sin rostro, de gran sonrisa, ojos tiernos, fuertes y grandes brazos para que me rodeen y me abracen fuertemente, solo que me abracen limpiamente, solo que me aprisionen en mi libertad.




28 de Junio de 1991,
de Marisa para Mª José

Nubes envolventes, frío despertar,
Mar atrapado, ¡Mª José, Mª José,…
¿A quien llamas? ¿A quien necesitas?
Tú que no sabes lo profundo de ti
Que derramas lágrimas en el silencio,
entre cuatro paredes te ahogas,
¡Sales!... y envuelta en una inmensa nube,
buscas un rayo de sol.

¡Hay tanto dentro de ti!
Niña… mujer… amiga…
¡Madre!
Hay tanto dentro de ti,
que es tan difícil darte en su justa medida.
¿Amor necesitas? ¿Cariño?
Dejarte acariciar por la brisa del mar.
Siente el calor del sol,
Vive el momento, respira cualquier sensación
¡Disfruta tu libertad!
Juega con tu espontaneidad,
¡No te culpes por ello!
¿Puede haber algo más limpio?
¿Puede haber más verdad?

¡Ay! Mª José, Mª José……






MIRADA HUERFANA 25 de Julio de 1991

Veo en el brillo de tus ojos la tristeza.
A la fuerza te han arrancado parte de ti.
Sientes tus manos atadas ante el destino.
La impotencia se agolpa en tu garganta.
Aire irrespirable se acumula en tus pulmones,
la vida cotidiana te incita a seguir,
aun queda parte de ti aquí,
luchas por mantenerla unida y fuerte.
Corazones llorando imploran tu presencia activa,
Necesitan sentir tus manos fuertes, a ellos también les han arrancado ese trozo de corazón.

Ella lo llevó nueve meses en sus adentros.
Tú lo has visto crecer. Has visto el andar de su fatal destino y juntos lloráis amargamente su adiós involuntario.
¡Cuánto duele enterrar a un hijo!
¡Impotencia ante tan corta vida!
¡Cuantos pasos por andar!
¡Cuantas alegrías por entregar!
¡Cuantos momentos de felicidad por vivir!
Y sin embargo ahora…
¡Cuanta amargura queda en vuestros cuerpos destrozados y magullados por el dolor ¡
¡Cuantas preguntas en vuestros labios sin respuesta!
Mirada al cielo.
Silencio tenebroso.
Dolor de padres.


Nota: a unos padres que encontré en el camino. Perdieron a su hijo de 18 años en un accidente de moto.



Para Ignacio, mi amigo - 10 de agosto de 1991
Siento que te has alejado de mí, apartándote cada vez más.
Naufragamos en nuestra devoción.
Vivir es triste sin amor.Vivir es triste con dolor.
Nos teníamos, y te he perdido; te deje marchar sin apenas luchar.
Ahogándome una vez más.
Puse demasiado fuerte mi corazón.
Llegando a ser destructiva.
Siento que te vas y no hago nada por evitarlo.
El cielo llora tu partida, mis ojos no tienen fuerzas para hacerlo.
Ni siquiera sé si volveré a verte, al final sin quererlo nos hicimos daño. Esa conexión entre los dos, la quise hacer desaparecer.
Me vuelvo a sentir sola y quiero estar así.
Mis lágrimas se resisten a salir, me atormentan. Se lo grande que puede ser el amor y le temo, no quiero sufrir mas, es más cómodo no querer sentirlo, no me entiendes, lo sé, se que te esfuerzas por ello, pero no puedes hacerlo, porque yo nuevamente no me dejo, sigo queriendo aquel hombre que un día partió, su recuerdo sigue vivo en mi, pero eso no debes saberlo.
Vete y ódiame, olvídame, parte sin mi recuerdo, deja todo lo que concierne a mi aquí, déjame sola conmigo misma, así lo quiero yo, si, ya se soy una cobarde, ya no veo el mar, ya no siento su aroma, ya no te tengo a ti.













23 DE AGOSTO


Te sueño todos los días.
Te presiento cerca y te noto lejos.
¡Casi consigo alcanzarte con las yemas de mis dedos deseosos.
Me sonríes y me llamas.
No consigo encontrar el camino hacia ti.
Me lanzas tu mano en señal de ayuda, siento tu fragancia esencial, pero no logro adivinar la forma de atraparla.

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Gritas que te pierdes en la inmensidad del mar.
No existen oídos en los penetren tus palabras.
Suavemente se mecen rozando las pequeñas olas con la esperanza de que algún naufrago llegue a recogerlas y vaya en tu busca, en busca de esa garganta que lanzo ese grito desesperado.


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Verde esmeralda es el color de tus ojos, transparentes y brillantes, llenos de ilusión y esperanza.
Como el nácar son tus perfilados dientes, destellantes como los rayos del sol.
Fina piel, largos brazos, perfecto cuerpo, senos firmes, prietos, sonrosados. Ideal, sublime, encantador, pero… ¿y tu corazón?




NO ME SONRIAS

Veo tu rostro dibujado en el fondo del mar, quiero tocarlo con mis manos. Aparto el agua. No llego, está demasiado profundo.
¡No me sonrías!
¡No me incites a hundirme en el mar!
Sal a mi encuentro. Aquí, entre la arena caliente te espero, entre las rocas cubiertas de musgo, al abrigo del sol.
Ven, te espero, no tardes, la noche no tardará en llegar y con ella el frío, helando mi larga espera. Coge mi mano y sal de tu refugio.
Vayamos juntos a pasear, sintamos en nuestros rostros la brisa de la mañana. Doremos nuestra piel acariciada por el sol. Oigamos las risas de los niños, sintamos las historias de nuestros mayores, caminemos por los senderos unidos simplemente… por nuestros destinos.



Me haces daño.

Te busco y te resistes a acercarte a mí, a quedarte a mi lado.
Te llamo, y mis llamadas no escuchas.
Siento en mi, sensibilidad.
Quiero ver claridad y él no me la da.
Las notas van emergiendo en mi corazón. Siento el ritmo en mí, notas perdiéndose en el aire, que no llegan a ningún oído humano, sensible, lo suficiente para llenarle.
Quiero que mi corazón baile baladas, ritmos sensuales, ardientes.


Líneas paralelas y curvadas por los sin sabores de la vida. Sin llegar a tocarse, sin conocerse, pero una al lado de la otra.
Buscándose en los alrededores del verano, sabiendo a ciencia cierta que al final os llegareis a unir. En una época, os llegasteis a rozar, pero os volvisteis a separar, ahora por fin os habéis unido, las dos en una. Las dos recorriendo el mismo sendero, el mismo final. Pero esta vez rectas, erguidas, unidas en una misma razón.
El calor del sol os envuelven en su brillantez, protegiéndoos de lo inerte. Hay brillo y esplendor en vuestras sonrisas.
Las miradas destellantes sosegadas, tranquilas, pero fuertemente iluminadas.
En vuestros corazones no hay lugar para las dudas, esos rayos de sol que os envuelven protegiéndoos, no dejan pasar las cosas banales y eso hace que se acreciente la fuerza pura de vuestro amor.
Sois líneas finas pero fuertes, con una sola dirección final, el respeto mutuo y la unión.
El calor de los rayos hace desvanecer las curvas de vuestra andadura, haciéndola consistente, volviéndolas al punto de partida, volviendo a creer en aquellos primeros días de vuestra unión.







Querido mar:

Hace tiempo que no te visito, casi me había olvidado de ti. ¿Pero que digo?
Imposible, imposible olvidar tu color, tu aroma, tu frescura, tu potencia sobre mi.
Solo es que no tengo con quien compartirte y cuando se te visita en soledad tu dulzura pesa demasiado, tu aroma ahoga, tu color ciega mis ojos al reflejarse mi rostro solitario y pálido.
Los ojos que me acompañaban para admirarte, están lejos, aunque no ceso de sentirlos cerca, latentes, pero inmensamente inalcanzables.
Idealizados, envueltos en nubes rosas y esponjosas e intensamente atrayentes, aunque con posibilidad de tornarse tormentosa.
Suena la música, penetra por mis venas.
Mi sangre se torna como notas musicales, se produce el hormigueo de la danza, de los movimientos corporales al son del ritmo.


¿SABES?

¿Sabes…? De nuevo vuelvo a sentir en mi garganta ese nudo de soledad.
De nuevo afloran hasta mis ojos las lágrimas amargas.
De nuevo la mueca en mi rostro,
De nuevo el vacío para compartir.
De nuevo el sentimiento de sobrevivir, como un granito de arena de la inmensa playa del mundo.
El abandono, la rutina, el sin sentido, el sin sabor, miradas sin un punto de mira.
Mirando el infinito sin llegar a el.
Cascadas de colores salen de mi corazón, apagándose poco a poco ante mis ojos. Risas ocultan el dolor de la soledad, ¿hasta cuando?
Ven conmigo a mi mundo, quiero seguir tu camino, quiero danzar junto a ti.
¿Dónde estas?
¿Por qué no vienes a mí?
Necesito amar el mar junto a ti.
Palabras que no oyes, sé que estás ahí.
No se vivir sin amar.
No se vivir en soledad.


TE QUISE TANTO…

Que no entiendo a donde se fue nuestro amor.
¿Qué paso?
Queda nuestro hijo, testigo deseado de nuestra verdad.
Historia turbulenta, llena de pasión.
De palabras sin sonido, de días de acariciar el sol con las yemas de los dedos para luego envolvernos en la más triste oscuridad.
Sentimientos que se van quedado atrás. Olvidados, marchitados, enterrándose con los partículas de las vivencias del día a día.
Ni nuestro hijo pudo unirnos.
Tu camino se ha distanciado cada vez más del mío, pero el eco de aquellos sentimientos siguen resonando por mi cuerpo, alterando mi sangre, quebrando algunos días de mi mundo fuera de ti.
¿Te sigo queriendo?
¿Me quisiste algún día?
Nunca podré volver a saberlo.

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He notado, paloma, como has ido alejándote de mi vida, día a día, todo lo que nos unía se ha elevado con tu vuelo.
Sentí vacío al verte emprender tu partida, pero una nueva isla ha salido a flote en mi corazón, donde quizás algún día, vuelva a posarse otra paloma sedienta, a la que yo pueda ofrecer el agua de mi vida.

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No es suficiente un nuevo ser para unir a dos corazones rotos por la desilusión.
Un nuevo ser que nació del amor entre dos, amor que se ha vuelto marea brava, que intenta calmar esa pequeña isla que floreció al centro de los dos.

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AMIGO MIO…

Mi cadena se quedó vacía,
Nuestra cinta y su anillo quedan ahí.
Pienso en ti y sonrío.
Sueño con tu mirada limpia.
Te doy gracias por haberte cruzado en mi camino.
Por hurgar en mis entrañas
Por hacer florecer en ellas lo mas puro de mi.
Mío es el trabajo de pulirlo.
Sabiendo que eres la mano que me guía
Como en la que se coge quien no ve.
Mi andadura se vuelve intensa,
Fuerte y segura.

Gracias amigo mío, la luz de tus ojos me guía por las tinieblas de mi vida, en busca de un rayo de sabiduría.
Gracias amigo mío, por poner notas de música en mis venas y hacérmelas oír con el tacto del aire.

Gracias amigo mío, por hacerme sentir amor por la más pequeña flor del monte y oler su aroma sin tenerlo.

Gracias amigo mío, simplemente por estar.



Siento que la impotencia me ahoga.
Palabras que suenan vacías, palabras que intentan penetrar en mi corazón y no pueden, mas yo quisiera que entrasen hasta lo mas hondo y la impotencia ante este hecho me ahoga, quiero desearte y no lo siento así, me duele ver tu rostro desencajado ante mi, pidiéndome en tu mirada,
¡Por favor ámame!
Me haces daño, me hace daño tu presencia.
Me dañan tus palabras.
Me dañan tus caricias deseosas.
Me dañan tus sentimientos porque no puedo compartirlos.
No puedo devolvértelos en su justa medida.


Aspiro tu aroma en el aire.
Noto tu presencia, aun sin verte.
Manos heladas me devuelven a la realidad.
¡Huyo! No quiero sentirlas.
¡Me encuentro tan bien flotando!
Sonrío ante tu recuerdo.
Llevándote oculto en mi pensamiento.
¡Sumergido! No quiero que salgas a la luz.
Podría no gustarme tu rostro,
Podría cambiar tu aroma.
Podría morir tu recuerdo
Y dejar de sentir tu presencia.
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Siempre empiezo con la misma frase: “Me apetece escribir y no se por donde empezar”.

Siento dolor en el corazón, dolor y felicidad, una enorme y tranquila felicidad, además de dolorosa, siento florecer esas lágrimas que quiero contener y a las que tanto temo, pues no sabría describir.
Siento que voy a echar a volar, correr, saltar…, quiero, quiero, quiero…, pero no se si lo podré parar, frenar unos sentimientos que se me empiezan a desbordar desde lo mas profundo de mis entrañas.
Quiero pararlos y no puedo, siento fuego en mi cuerpo, en mi mirada, en mis gestos, en la forma de sentarme, de bailar, de hablar, un fuego pausado y lento que no quema, solo me hace sentir bien, viva, agradablemente ardiente, pero se que ese fuego llegará a dejar huella, ya no en mi piel, pero si en el trayecto de mi vida.
Corta o larga, tranquila o intempestuosa, la calma que me producirá recordar estos momentos llenos de sensualidad y ternura en la mirada que hace que florezca esa sonrisa en mis labios callados.
Llenos de palabras que no encuentran, solo se conectan con el pensamiento e intentan describir momentos que no tienen palabras para describir, pero tienen un gran significado, aquella tranquilidad con que admiraba aquel anochecer desde el punto de mira en el que me encontraba, totalmente inmersa en el mundanal ruido de la ciudad; ese día paseando, hablando de la luz especial que tiene nuestra ciudad a la que estoy aprendiendo amar, que TU me has enseñado amar, a ver en ella algo más que gente, edificios y avenidas, fiesta de noche y estrés.
Quiero dejar plasmado en un simple dibujo todo lo que hay e mi y en mi vida actualmente, los colores que utilizaría son el azul por el cielo y mar que hemos saboreado, el rosa por la pureza de todos tus sentimientos y el blanco por la luminosidad de tu mirada, por la frescura que hay en ti y un poquito, solo un poquito de negro por ese vacío físico que vas a dejar en mi, envolverlo todo junto, en un manto transparente, para que todo el mundo lo pudiese ya no ver, sino sentir; sentir muy profundamente tal y como yo lo siento, tiemblo al imaginar el día de tu partida, pero estoy tranquila porque hemos sido sinceros, aunque no se hasta que punto podemos separa los sentimientos que sentimos, cosa que creo que es inútil ya, se han unido como las conchas que guardan celosamente la perla de nuestros cuerpos y corazones puros y hambrientos del más sincero amor, vamos hombro con hombro unidos por todo lo que sentimos, en busca de algo grande que está muy por encima de cualquier humano, de cualquier superficialidad, envolvemos ese amor con imágenes, colores, viento y canciones con las nos identificamos, poco a poco voy palpando que mi corazón va engrandeciéndose, enrojeciendo con ese fuego de llamas rojas y azules que cuando se consuman en medio de las cenizas aun calientes, resurgirá esa ostra, guardando ese tesoro que es la perla blanca y transparente en que estarán grabados nuestros nombres y nuestros corazones, dos enormes corazones puros y limpios pero rojos como el fuego y la sangre de la vida que camina por nuestras venas.

domingo, 6 de febrero de 2011

LA ESTACIÓN DE LA ESPERANZA

María está sentada en un escalón de la antigua estación. Apenas queda nada de ella, solo se mantiene en pie, como queriendo agarrarse al paso del tiempo, la antigua caseta construida a finales del siglo XIX, donde se vendían los billetes para los viajeros que iban a la capital, o a cualquier pueblo de los alrededores, a pasearse, al cine, o a enlazar con otro tren que les llevase lejos de la miseria que en aquellos años había.
Las vigas de hierro y los travesaños de madera habían sido arrancados en un alarde de modernidad mal entendida. En su sitio, siguiendo la línea de los raíles, quieren hacer un paseo con árboles y jardines, con sus bancos, para que la gente pudiese pasear o se sentase a tomar el sol en invierno.
Así, la senda de los trenes, quedaba enterrada bajo el suelo, entre túneles, cruces, semáforos y oscuridad, donde circularían llenos de gente que iban y venían diariamente en los nuevos trenes de diseño.
María miraba y no reconocía la vieja estación, con el proyecto por terminar, se había convertido en un montón de piedras, hierros y bloques de cemento amontonados.
Recordaba cuando llegó de Brasil con su familia, en busca de su abuelo al cual no conocían. Sentada en el inmutable escalón, se dejó llevar por los recuerdos.

Desde la plaza cercana a la estación, dos viejos amigos escuchan el silbato de los trenes que llegan y parten cargados de historias diarias, en busca de sus propios destinos.
Ésta vez, el tren traía consigo unos pasajeros venidos de muy lejos, Marilina e Ignacio con sus dos hijos María y Luís.
Era una mañana de domingo primaveral, la gente paseaba por la plaza; en uno de aquellos bancos, como cada día, se reunían dos viejos amigos, cargados de añoranzas y experiencias vividas por separado y a la vez, paralelamente…, como los raíles del tren.
Tomás y Enrique con casi un siglo de experiencias a sus espaldas, una guerra civil pasada, y las miles de penurias que tuvieron que soportar toda la gente que vivió en su época.
El principio del siglo XX, fue un periodo de cambios y de guerras, tanto a Tomás como a Enrique les cogió con dieciocho y veintiún años. Dos muchachos gallardos y altaneros con grandes ganas de vivir.
-¡Parece mentira Tomás, ya han pasado diez años desde que falleció mi mujer y parece que fue ayer!-dijo Enrique con melancolía.
-Si.- Contestó Tomás con aire tristón.- El tiempo pasa muy rápido y a veces muy lento.
Tomás tenia la mirada perdida, miraba pero no veía a la gente que venía de la estación.
-A quien echo de menos,- le decía Enrique,- es a mi hijo, esto de que esté al otro lado del Océano…, ni siquiera conozco a su mujer, ni a mis nietos. La última vez que le vi, fue en el entierro de su madre ¡imagínate! ya hace diez largos años.
Tan enfrascado estaba Enrique en su propia historia que no se dio cuenta de que a su amigo se le llenaban las retinas de un brillo lagrimoso.
Eran lágrimas secas por el dolor y la impotencia.
Tomás nunca llegó a casarse, al menos “oficialmente por la iglesia”, como correspondía en aquel entonces, él y su novia Carmen, tenían pensado hacerlo civilmente, pero se lo impidió la guerra, les pilló en el bando republicano, su novia desapareció sin dejar rastro, mientras él se encontraba en el frente, hacia de eso toda una vida para él.
Nunca la olvidó, jamás supo donde estaba, nunca recibió noticia alguna, que le pudiera indicar donde se hallaba.
La estuvo buscando durante años y lo único que llegó a saber es que había tenido que huir al amparo de la noche hacia un rumbo desconocido. Eran tiempos muy revueltos, el principio de una larga contienda que solo causó daño y sufrimiento, pero jamás supo de ella, si había sobrevivido o no.
El tiempo había hecho mella en Tomás a acabó por darse por vencido con los años, aunque nunca perdió la esperanza de que un día bajase de alguno de aquellos vagones que llegaban, por lo que cada día se sentaba en aquel banco de la plaza con la compañía de su amigo Enrique.
El vacío que sentía y la incomprensión fueron tan grandes, que le habían impedido, ni tan siquiera mirar a ninguna mujer.
Para él, su casi esposa, seguía en su corazón. Amaba su recuerdo. Enrique siempre le dijo que debía casarse, que su novia posiblemente no volvería, no sabían siquiera si yacía en alguna cuneta victima de las barbaridades ocurridas, o quizás había conseguido huir al extranjero como miles de personas. Nada, solo, silencio.
Tomás le respondía que él esperaba a la mujer que siempre amó, presentía que algún día volvería y podrían unir la vida que les quedaba por vivir.
En la oscuridad de la noche, soñaba con aquella niña que siempre había deseado tener, con carita morena y ojos rasgados como su Carmen, la mujer que tanto amó, hasta que despertaba de su sueño bañado en sudor, asustado por el llanto del bebe que le llamaba con los brazos tendidos.
Y noche tras noche, se preguntaba ¿porqué? Obteniendo como respuesta el silencio oscuro de la confusión.


En la estación, hacia su entrada el tren procedente de la capital, de uno de los vagones bajó Ignacio y su familia, venían de Brasil para reunirse con su familia.
Habían tomado la decisión de regresar, la abuela de Marilina había fallecido mese atrás y pensaron que ya era hora de regresar a casa. Durante su enfermad, su abuela Eugenia les había contado su verdad.
Marilina descendía de españoles, le relató su abuela, pero no les dijo mucho más, no les gustaba hablar del tema, no querían remover el pasado, decían que no traía nada bueno. El padre de Ignacio era ya mayor y no conocía a sus nietos ni a su nuera, solo por fotografía y Marilina también quería saber quien eran los suyos, saber porque habían cruzado el océano, sin mirar atrás y en silencio; aunque tenía muy pocos datos de lo que ocurrió. Ignacio cogió la mano de su mujer, con fuerza, quería transmitirle seguridad.
-Todo saldrá bien, no te preocupes.- Le dijo serenamente su marido.- vamos hijos el abuelo nos espera.
Tomás y Enrique seguían en la plaza, en su banco de siempre, bajo el sauce llorón que les cobijaba del sol y les envolvía con su ramaje caído, como queriendo besar la tierra que lo alimentaba.
El semblante de Tomás cambió al recordar aquella tarde de hacía ya muchos años, allí mismo, en aquella plaza, en aquel banco, disfrutando de una tarde de primavera;
- Tengo un regalo para ti, Carmen, por el primer año juntos.- Le dijo Tomás a su novia, embarazada de pocas semanas.
- Y por tu dieciocho cumpleaños.- Sonrió Tomás
- Soy muy feliz.- Le dijo mientras le acariciaba la incipiente tripita y le entregó una caja.
A Carmen le gustaban las turquesas por que tenían el azul del mar.
Tomás de joven trabajó en un taller artesanal de joyería y él mismo diseñó y elaboró dos anillos iguales, uno para Carmen y otro para el hijo que esperaban.
- Son dos anillos, ¿te gustan? Los hice yo mismo, iguales. El pequeñito es para nuestro hijo.
Se lo puso en su delgado dedo y con un tierno beso en la frente le prometió que siempre cuidaría de los dos.


Tomás levantó los hombros con tono resignado y triste, queriéndose quitar aquellos recuerdos que no le dejaban descansar.
De pronto su amigo se levantó de un salto, Enrique reconoció a lo lejos a su hijo Ignacio y el corazón le dio un vuelco.
-¡Por dios, Tomás! Es mi hijo, mírale, viene por allí, y no viene solo.- Le dijo Enrique mientras se levantaba todo lo deprisa que su edad le permitía.
-¡Hijo mío! – Gritó dirigiéndose hacia ellos.
Tomás no tenia fuerzas para levantarse.
-¡Pero vamos, hombre, levántate!
Enrique y su hijo Ignacio se fundieron en un abrazo.
-Mira papá, ésta es Marilina, mi mujer, y mis hijos, tus nietos.
-¡Pero que guapos y que mayores son!
Enrique intentaba abrazar a todos a la vez, la emoción le embargaba.
-Vamos, vamos a casa, estaréis cansados, ¿pero como no habéis avisado de que veníais? ¡Dios! Mis nietos…- Enrique estaba tan nervioso que se le agolpaban las palabras y los sentimientos, en la garganta.
-Tendréis muchas cosas que contarme, ¡han pasado tantos años!
-¡Tomás! Vamos, vente a casa con nosotros.
Pero él no podía quitar la mirada de aquella muchacha.
Cuando llegaron a casa se sentaron en el salón, Enrique les preparó algo para comer, mientras su hijo les iba contando cómo les había ido el viaje desde el otro lado del océano.
-Ignacio ¿tu mujer es brasileña?- preguntó Tomás.
- Si, es nacida allí, pero su madre era española, aunque no sabemos mucho de ella, solo, que tuvo que irse a Brasil, cuando empezó la guerra civil, su novio estaba en el frente, el padre de Marilina, y no pudo avisarle, ¡malditas guerras!
En ese momento entraron abuelo y nuera y se sentaron los seis a la mesa. Ignacio le dijo a su mujer.- Le comentaba a Tomás que tu mamá era española.- mientras le cogía la mano.
Tomás palideció.
-Mira, este anillo es el único recuerdo que tiene de ella, y otro pequeñito que lleva colgado de la cadena, según su abuela, los hizo su padre antes de que ella naciera.
Con mano temblorosa Tomás cogió la de Marilina, con extrema ternura, se le quedó mirando fijamente, mientras se apoyaba en el hombro de su amigo y con los ojos llenos de añoranza les dijo:
-Enrique, amigo mío, al fin, esos trenes que tantas veces hemos visto ir y venir…-su voz temblorosa no le dejaba articular palabra.- Me han traído, por fin, a mi hija.- Les dijo mientras les mostraba la mano en la cual llevaba el anillo con el cual sellaron su amor, ese amor que nunca pudieron disfrutar, pero que si tuvo su fruto y ese era Marilina.
Aquella noche, seria la primera que Tomás pasaría sin escuchar el llanto de un bebe.
Sin ellos saberlo, aquel día… era el último de una larga y dolorosa historia.
El sol empezaba a brillar en la vida de aquellos viejos amigos.






DESDE EL OTRO LADO DEL OCEANO

La sorpresa de todos los allí presentes se hizo patente.
Enrique se sentó de golpe en la primera silla que encontró, casi se cae al suelo.
Mientras tanto Marilina no salía de su asombro, no entendía nada de lo que estaba sucediendo. Miró fijamente a su marido buscando una explicación, pero Ignacio tampoco en tendía nada.
-Papá, ¿Qué está ocurriendo aquí?- pregunto Ignacio inquieto.
-No lo sé hijo, será mejor que todos nos sentemos y que Tomás nos explique a que se refiere.- Le contestó su padre.
Pero Tomás estaba tan embargado por la emoción que no podía emitir apenas ninguna palabra. Por su parte, Marilina intentaba encontrar algún sentido a las palabras de Tomás. Siempre le dijeron que su padre había muerto, antes de que ella naciera. Al menos, eso fue lo que su abuela brasileña le había dicho.
-Bueno será mejor que os cuente una historia.- Dijo Tomás como pudo.
-Por favor, Marilina siéntate a mi lado y vosotros también – les dijo a los niños – quiero teneros cerca, soy muy mayor y mi voz esta apagada.
-El anillo que llevas puesto, se lo hice yo a Carmen, tu madre, por nuestro primer aniversario, creo recordar. Estaba embarazada de unos dos meses, he hice uno igual más pequeñito, para nuestro hijo.- Les fue contando mientras le embargaba la emoción.- El día que se los di fue el último que nos vimos, estábamos en guerra y al día siguiente yo partía a filas. Cuando regresé ella ya no estaba, desapareció. Os busqué, llegué a cruzar el océano, pero no conseguí nada.
-Mi mamá se llamaba Carmen, eso es cierto.- Dijo Marilina, mientras le resbalaban lágrimas por las mejillas.
-¿Se llamaba? – preguntó Tomás.
-Eugenia, me contó que mi madre murió cuando yo tenía cinco años. Nosotras vivíamos en la casa de Eugenia que alquilaba habitaciones. Cuando murió mamá, Eugenia se hizo cargo de mí. Hizo la petición de mi custodia, para adoptarme pensando que no tenía más familia.- Les fue contando Marilina, intentando mantener la serenidad, aunque las lágrimas se le agolpaban en las retinas.- Mi mamá me puso sus apellidos, creo que le dijeron que habías muerto.- fue diciendo mientras su enfado crecía.
- ¡dios! ¡No entiendo nada! ¿Cómo pueden suceder estas cosas? ¡Malditas guerras!- gritó enfadada y dolida, cogiéndose la cabeza.
-¿Qué le ocurrió? ¿Cómo murió mi Carmen?- fue preguntando Tomás ávido de encontrar respuestas donde solo tenia silencios.
- Fue un infarto, todo sucedió muy rápido, no sufrió, solo se durmió y no despertó. Por la mañana cuando vino Eugenia, como todos los días a recogerme, se extraño de que mamá no se hubiese levantado, Eugenia cuidaba de mí mientras mamá salía a trabajar, bueno…
No podía continuar. Su marido la abrazó.- Tranquila cariño.- le susurró.
Marilina intentaba coordinar los hechos, el saber que realmente todos aquellos años había tenido un padre sin saberlo, suponía un golpe bajo.
La impotencia que sentía no la dejaba respirar. No sabía lo que sentía; rabia, dolor, alegría, recelo…

- ¡Pero! No entiendo nada, siempre pensé que no tenía a nadie, solo a Eugenia que fue como mi abuela.
- Marilina, cariño… en cierta manera así es, Carmen, tu mamá era huérfana. Le confesó Tomás.
- Tampoco tenía hermanos, solo me tenía a mí. Íbamos a casarnos, pero no llegamos hacerlo. Cuando regresé… ¡perdonarme! – Se derrumbó Tomás.- Como os he dicho eran tiempos muy malos en los que desapareció mucha gente, las guerras no traen nada bueno.- Dijo mirando a su amigo Enrique que asentaba con la cabeza y la mirada triste.- ¡Maldita sea! Toda una vida sin saber donde podías estar… ¡y mi querida Carmen… lo que sufriría para sacarte adelante, en aquella época, sin poder darte mis apellidos, madre soltera y en un país desconocido para ella…- Dijo Tomás con la cara desencajada y llena de lágrimas, roto por el dolor pasado, al que le llevó el desconcierto y la sin razón.
- Entonces… ¿estás seguro? –
- ¿Qué significa Marilina? ¿El nombre?- le preguntó Tomás
- María Adelina ¿porqué?
- Llevas el nombre de mi madre, tu abuela, es el que queríamos ponerte, ¡te llegó a poner el nombre que tantas veces habíamos hablado...! – Balbuceo mirando al cielo.- Eres el vivo retrato de mi querida Carmen, no te puedes imaginar lo mucho que nos queríamos. Siempre pensé que regresaría. Día tras día la he esperado en nuestro banco. En aquel en el que le prometí que cuidaría de vosotras, con la esperanza de veros algún día bajar de alguno de aquellos trenes. Lo que nunca imaginé es que regresarías tu sola, casi había perdido la esperanza… ¡han pasado tantos años…!María y Nacho escuchaban sentados en el sofá del salón sin poder articular palabra. No querían interrumpir aquel momento que significaba tanto para todos, sobre todo para su madre. Cogidos de la mano seguían en silencio el relato de su mamá y de su recién encontrado abuelo.
Estaban expectantes y preguntándose como podía haber sucedido todo aquello.
Ignacio tenía a Marilina rodeada con sus brazos, transmitiéndole toda la tranquilidad que necesitaba en esos momentos.
- Bueno…- dijo Enrique.
El aire se podía cortar con un cuchillo.
-Creo que han sido demasiadas emociones para nuestros cansados corazones.- dijo Enrique apoyando su mano en el hombro de Tomás - deberíamos descansar, es de noche, vamos a dormir y mañana ya más tranquilos hablamos. Hay muchas preguntas en busca de respuestas y la emoción nos está dejando sin respiración. Quédate a dormir, Tomás, aquí hay sitio para toda la familia.
-Sí. Será mejor que vayamos a descansar, imagino, hija mía… que como yo tendrás que asimilar toda esta historia, mañana empezamos una nueva vida.
- Claro Tomás, bueno…papá, se me hace extraño, pensé que nunca pronunciaría estas palabras… pero… ¡me alegro tanto!
Abuelos, hijos y nietos se dieron las buenas noches y Marilina y Tomás el primer y largo apretón entre padre e hija.
Enrique les acompañó a cada uno a sus respectivas habitaciones y cuando volvió con Tomás al salón, los dos se fundieron en un cansado abrazo y fue entonces cuando Tomás se derrumbo y por fin pudo derramar todas las lágrimas que llevaba guardadas en su interior, durante toda una vida. El bebe de sus sueños, a partir de esa noche dormiría placidamente. (Enviado a concurso generalitat)
El río

Mientras paseaba por la orilla del río de su nuevo pueblo, Ribarroja del Túria, en Valencia, María recordaba el día que llegó con su familia.
Había pasado casi un año. Regresaron desde Brasil para instalarse en España.
El reencuentro con su abuelo Tomás del cual no tenían conocimiento de que existiese, hizo más firme el convencimiento de que tenían que quedarse.
Ignacio encontró un nuevo trabajo. No tenia nada que ver con el que desarrollaba, allá en Paraty, en la ciudad donde vivían en Brasil, aunque le era igualmente satisfactorio.
Era el coordinador, en una ONG, de envíos de medicamentos a países necesitados. Marilina, por su parte había pospuesto el tema laboral, aunque la verdad es que no le urgía trabajar; tenía sus ahorros y lo más importante era recuperar su historia, su padre era muy mayor y quería pasar el tiempo que le quedase por vivir a su lado.
Para María y Nacho, el cambio había sido agradable, les gustaba su nuevo pueblo, aunque no cabía la menor duda de que echaban de menos Paraty; les gustaba el mar, estaban acostumbrados a verlo desde la ventana de su casa.
En Ribarroja, el mar mediterráneo estaba a media hora en coche; aunque nada tenía que ver con el océano que ellos conocían.
María era dos años mayor que Nacho, pero siempre habían tenido el mismo círculo de amigos; los dos nacieron en el mes de septiembre, por lo que eran del mismo signo del horóscopo, allá en Brasil se creía mucho en estos temas.
Cambiar de país, de costumbres, de amigos, incluso de familia en plena adolescencia podía no ser agradable para ellos, pero no fue así, se acoplaron a su nuevo entorno fácilmente, la curiosidad por una nueva cultura y un nuevo país les atrapó; los dos eran curiosos e intranquilos, siempre preguntado, viajando, conociendo nuevos amigos, en eso se parecían a su padre, eran dos aventureros natos, pero tenían la sensatez de su madre, cosa que les permitía ser bastante maduros para la edad que tenían; dieciocho, Nacho y Maria había cumplido los veinte.
¡Quien les iba a decir que al llegar a Ribarroja, iban a encontrar a su recién recuperado abuelo Tomás.
Fue pasando el tiempo y toda la familia se amoldó perfectamente a su nuevo ambiente.
No quisieron buscar culpables de algo que había sucedido muchos años atrás y que desgraciadamente ya no tenia remedio. Tenían que mirar hacia delante.


CAPITULO…


A Carmen con el paso de los días se le iba haciendo patente su estado de buena esperanza y las habladurías en el pueblo comenzaron.
En la casa donde trabajaba de sirvienta interna empezaron a sospechar y Carmen decidió que antes de que se supiera y la despidieran se iría a otro lugar.
Intentó ponerse en contacto con Tomás, pero no lo consiguió; le devolvían las cartas que le escribía. Las últimas noticias que tuvo no eran nada esperanzadoras; pues las noticias eran el silencio.
Ribarroja al igual que la mayoría de pueblos de aquel entonces, eran lugares donde no cabía una madre soltera y menos aún en los años treinta; no podía quedarse allí, tendría que irse a otra ciudad más grande donde pudiera pasar más desapercibida.
Podía decir que estaba casada y que su marido estaba en el frente.
El no saber nada de Tomás, le consumía, pero no podía quedarse allí.
Si se marchaba podía volver Tomás y no encontrarla y no sabia en quien confiar. La única persona de la que se podía fiar era de la mujer de Enrique, y fue a la única a la que le dio su nueva dirección, con la intención de que se la hiciese llegar a Tomás cuando regresase y así lo hizo la esposa de Enrique cuando Tomás volvió a los dos años, pero cuando fue a buscarla ella ya no estaba.
Tomás intentó ponerse en contacto con españoles que habían tenido que emigrar a diferentes países, pero no consiguió dar con Carmen ni con su hijo que al fin y al cabo no sabia si era un niño o una niña, cosa que aún hacia más difícil la búsqueda.
Solo pudo saber que se había ido desde Galicia; allí vivía una amiga del orfanato donde vivió hasta que cumplieron la edad en la que lo tenían que dejar e independizarse a pesar de que aquella “independencia” suponía otra clase de “dependencia” ya que la mayoría de chicas terminaban como sirvientas internas en casa de alguna familia adinerada.
Su amiga de la infancia intentó buscarle un trabajo, pero al estar embarazada no querían acogerla. Carmen se iba desmoronando por momento.
Continuaba sin tener noticias de Tomás y las cosas cada día se ponían más difíciles y peligrosas y no tuvo más remedio que emigrar fuera de España.
En un principio se fue a Argentina. Hasta allí llegó Tomás, pero la búsqueda no dio su fruto, la pista se perdió, al perder Carmen la esperanza de volver a encontrarse con Tomás del que las noticias que le llegaron fueron que era de Tomás del que no se tenían noticias.
Estuvo encarcelado hasta meses después de acabar la guerra.
Todo un cruce de noticias que se enmarañaron de tal forma que hicieron que sus vidas quedasen separadas para siempre.
Carmen tuvo que salir adelante como pudo. Alquiló una habitación en una casa de huéspedes en Paraty, le gustó aquel pueblo y su nombre, le recordaba a Tomás.
-“Este anillo es para ti, llévalo siempre contigo.”
Es lo que le dijo Tomás el último día que se vieron. Carmen siempre lo llevó puesto, hasta el día de su marcha para siempre.

La dueña de la casa de huéspedes, Eugenia, era una gran persona. Fue para Carmen como su madre, hermana, amiga, abuela, compañera, todo lo que tenía en ese momento.
Eugenia se encaraba de Marilina cuando Carmen tenía que salir a trabajar. Apenas le cobraba alquiler, aunque le decía que a todos les cobraba lo mismo. Eran pocos los huéspedes que Eugenia tenia en su casa, casi se podía decir que eran una gran familia.
Todos los huéspedes sabían las penurias que pasaba Carmen y lo mucho que trabajaba para poder alimentar a su pequeña, pero ella no admitía lastimas ni limosnas, por lo que sus compañeros hicieron el trato con Eugenia de no decir la verdad sobre la cantidad del alquiler.
Cuando Carmen murió fue Eugenia quien se hizo cargo de la pequeña; allí llegó con apenas un año de vida y allí continuó hasta que se casó con Ignacio, aquel apuesto “españolito” que había llegado hasta allí, ávido de aventuras y ganas de trabajar.

Marilina había sido una niña educada pero muy traviesa y juguetona que se ganó el cariño y respeto de los huéspedes que se alojaban en aquella casa.
Tenía un pelo largo y lacio que le acariciaba la espalda. Le encantaba llevarlo suelto, no soportaba las trenzas ni las coletas, le gustaba sentirlo suelto en su piel.
Los enfados de Eugenia todas las mañanas al peinarla para ir al colegio, eran la tónica diaria, al final se dejaba hacer las trenzas y en cuanto llegaba a la esquina se las soltaba, cogía alguna flor de cualquier jardín y se la ponía en el pelo; le encantaban las flores.
Cada vez se parecía más a su madre y sobretodo en el sentido de la “libertad” que ambas entendían. ¡Bastantes años estuvo Carmen en aquel orfanato, privada de su libertad! Casi toda su corta vida.
Cuando salió del orfanato encontró trabajo en casa de los jefes de Tomás que eran joyeros.
Trabajó como sirvienta interna.
Una de las veces que Tomás fue a la casa, ella estaba en el jardín.
-¡dios! Te había confundido con una flor…- le dijo Tomás cuando la vio recogiendo rosas para hacer un ramo para la casa.
Carmen pensó que se burlaba de ella y no le contestó dándole la espalda.
-Tú serás mi mujer…, seguro, ya veras…
Ella, muy altiva dio un giro de ciento ochenta grados y entro en la casa.
-Si, seguro…, serás mi esposa.- Iba canturreando en voz alta, para que ella le oyese mientras se alejaba, por la acera.
Desde ese momento fue a verla todos los días hasta que se ganó su confianza.
Tomás era un hombre muy atractivo y adulador por lo que Carmen no terminaba de confiar en él. Pero su constancia le atrapó y empezaron a verse fuera de la casa.
Les encantaba ir al río a pasear o a bañarse por las noches cuando nadie les veía, jugar con el agua, tumbarse en la hierba con sus cuerpos casi desnudos y abrazarse quedándose dormidos hasta el amanecer.

Los días en que Carmen se sentía sin fuerza recordaba aquellos momentos y le afloraba una sonrisa en la comisura de los labios.
¡Le echaba tanto de menos…!
Cuando tenía un rato libre, cogía a Marilina y se la llevaba al campo en un alarde de recobrar aquellos momentos junto al río de Ribarroja.
Momentos que retenía en su memoria, era su forma de mantener el recuerdo de Tomás vivo y sentirlo cerca.

-¡Mira, Marilina, ¿ves aquella nube? En ella está papá, desde allí nos cuida, cuando estés triste, mira al cielo, sonríele y él sabrá que estás pensando en él. – Le decía Carmen a su pequeña, mientras estaban tumbadas en la hierba mirando como pasaban las nubes con sus formas irregulares.
-¡Ey Papá… estamos aquí!- Gritaban las dos a dúo, mientras saludaban a las nubes.
Eran los únicos momentos felices que se podían permitir.
Un día cualquiera, siendo Marilina aún niña, Carmen se subió a una de aquellas nubes y al fin pudo conocer la libertad y descansar, queriendo reunirse con Tomás.
Pero él continuaba esperándola, al otro lado del Océano.





FIN


Pepa Navarro Rodrigo

domingo, 30 de enero de 2011

UNA VIDA EN LA MALETA

Amira despertó sudorosa.
De nuevo aquel sueño le interrumpía su merecido descanso. Tenía alrededor de unos quince años y sabía que le quedaba poco tiempo hasta que se desposase con aquel primo lejano de su padre; según habían concertado ellos años atrás; cuando cumpliese los dieciséis años se tenía que casar.
Por las noches tenía pesadillas viéndose casada con aquel familiar lejano que ni siquiera conocía.
En las pocas horas de descanso que tenía después de trabajar de sol a sol en la granja de sus padres, no podía descansar ya que eran interrumpidas por esas temidas pesadillas cotidianas.
Aquella mañana salió de casa para dirigirse al campo. Estaba amaneciendo. Era el día perfecto ya que su padre le había mandado sola, Él iría más tarde.
Esperaba ese momento hacía tiempo. En un pequeño cobertizo que solo ella conocía había guardado un chándal de uno de sus hermanos, unas tijeras, por si se tenía que cortar el pelo, junto a unas gafas de sol y una gorra con visera. En aquel cobertizo que amenazaba con derruirse en cualquier instante Amira solía esconderse para jugar, o para huir del mal genio de su padre cuando era muy pequeña.
Cuando Amira salió del cobertizo, hizo un montón con sus ropas viejas y las enterró bajo de un olivo centenario, no quería quemarlo para que no llamase la atención el humo. Después de enterrar su pasado se dirigió temblando de miedo en busca de su futuro. Sin mirar atrás, bajo a la carretera que llevaba al pueblo más próximo, Chauen. En ella era frecuente ver a muchachos que se dirigían a cualquier parte en busca de trabajo.
Omar se dirigió hacía el Norte, había oído hablar a sus hermanos que la gente cruzaba el estrecho en pateras o cualquier otro transporte que pudiesen ir escondidos para burlar la aduana de Ceuta.
Por las carreteras comárcales era normal ver a la gente que iban y venían por sus orillas sin arcen esperando encontrar algún conocido o cualquier taxi, el cual se compartía con otros pasajeros, para dividir el coste entre ellos, llegando incluso a ir mas gente de la permitida. Era muy normal ver taxis con 6 u 8 personas.
Anduvo todo el día. La tarde empezaba a caer.
-Tendré que hacer autostop si quiero llegar alguna parte pronto.- Pensó para sí misma.
Llevaba ya un buen rato, le dolía el brazo de llevarlo extendido cuando una furgoneta grande le paró. Tuvo suerte, se dirigía a Ceuta. El chofer no se dio cuenta del engaño, era un chico más, y el trato fue el normal, así que fueron hablando durante el trayecto. Omar le contó que iba en busca de trabajo.
- Me dirijo a España.- Le dijo el chofer
Omar palideció de la emoción y de la alegría pero quiso mostrar naturalidad, no llevaba documentación alguna y no podía pasar la frontera, tenía que despistar al chofer.
- Yo prefiero quedarme aquí, cerca de la familia, buscare trabajo en la costa o en cualquier ciudad turística, no sé, quizás Tetuán… ya veré.- dijo intentando dar un tono de normalidad.
Antes de entrar en el recinto portuario pararon a tomar un te con jazmín y menta, bebida típica de Marruecos, su religión no les permite tomar alcohol- en uno de los bares que hay a la orilla de la carretera y allí fue donde Omar vio el momento de despedirse. El chofer había quedado allí con otro transportista con el que solía hacer la ruta hacía España. Llevaban alfombras y productos de cuero a Sevilla.
Omar se despidió del chofer dándole las gracias y desapareció entre camiones, furgonetas y coches que estaban aparcados en la gran explanada donde se cruzaban vehículos que iban y venían de Norte a sur y de sur a norte.
Los transportistas llegaron al puerto y embarcaron en el ferry. Al amanecer se encontraban ya, en Algeciras. Habían pasado la frontera sin ningún tipo de problema, al bajar los vehículos del ferry, aparcaron en un área de servicio y se dispusieron a desayunar. En dicha área de servicio había todo lo necesario para que los transportistas pudiesen descansar, comer, ducharse, hasta había una parte donde se hallaban los lavaderos, con máquinas de lavar la ropa y secadoras para la gente que hacía rutas largas.
Una vez desayunaron y comentaron la ruta establecida, se pusieron en marcha, dejando atrás el camino recorrido desde Chauen.


Omar salió de uno de los baños del área de servicio. No sabia donde estaba, se sentía muy nervioso, cansado, pero libre…tenia que seguir su camino en busca de una vida mejor. En el aseo de caballeros se había lavado y aseado para no tener mal aspecto, no quería llamar la atención; estaba muerto de miedo, pero tenía que seguir adelante, ahora no podía darse por vencido, estaba a muchos kilómetros de casa y no le encontrarían, sus pesadillas empezaban a desaparecer para dejar el camino libre a otros sueños.

Llevaba todo el día caminando por el arcén de la carretera y estaba fatigado, los coches pasaban demasiado rápido cegándole con las luces ya que empezaba anochecer.
La idea que llevaba Omar era ir a una gran ciudad donde pudiese pasar más desapercibido, pensaba él, pero encontró un desvío por donde los coches le pareció que iban más despacio y se sintió más tranquilo al transitar por allí. Le quedaba poca comida, apenas un pedazo de pan y empezaba hacer frío, pero tenia que continuar caminando.
Había aprendido algunas palabras en español que le habían enseñado sus hermanos y pensó que con lo poco que sabia hablar podía instalarse en España sin problemas, pero nada mas lejos de la realidad…
Chauen es un pueblecito muy turístico de Marruecos, en el que los niños hacen de guías turísticos por “cuatro chavos” o por cualquier cosa que les den; unas gafas de sol, una camiseta, caramelos, lápices, cualquier cosa les parece bien… ¡cuando uno no tiene nada, nada echa en falta…!
Chauen a pesar de ser un lugar turístico, parecía que se había quedado anclado en nuestra Edad Media, mantenía su moruna esencia medieval; calles estrechas, fachadas pintadas de blanca cal, con viejas puertas y ventanas de madera azules como el cielo.


Los coches pasaban casi rozándole, empezó a sentir la soledad, sus esperanzas estaban empezando a menguar, justo en ese momento hizo mención de parar un coche, puso los intermitentes y paro en el arcen, Omar corrió hacia el pero antes de llegar se paro en seco, se quedo mirando el coche y de golpe se aterrorizó y quiso retroceder cuando oyó la voz de una mujer que le llamaba…
- ¿Hola? Te podemos llevar al pueblo ¿vas allí?
Omar asintió con la cabeza, no se atrevía a dar ni un paso, el temor lo tenia paralizado.
- ¿Quieres que te llevemos?- le dijo la mujer mientras se acercaba, pero Omar seguía en silencio.
La mujer se extraño de que no le contestara. De pronto una niña de unos diez años se bajo del coche y corrió hacia Omar, mientras éste retrocedía unos pasos, fue entonces cuando la señora se dio cuenta del temor de Omar; hablándole con dulzura le convenció de que subiera al coche; El muchacho al ver que era una familia y el ver también a la pequeña, le tranquilizo un poco y se dirigió hacia ellos, la mujer, Alicia le sonrió; le ayudo a subir a la parte de atrás con su hija Paloma, les abrochó el cinturón y continuaron su camino.
El chico se acurrucó en el asiento, no sin antes darles las gracias con una tímida sonrisa.
-¿Quieres un poco de agua?- Le preguntó Alicia mientras miraba a su marido de reojo.- Toma, coge esta botella, tendrás sed…
Omar la cogió y bebió sin apartar la mirada del espejo retrovisor en el que se veían los ojos del marido de Alicia; Luís le sonrió con la mirada, el muchacho volvió acurrucarse y antes de darse cuenta se había quedado dormido.
El matrimonio y su pequeña se miraron, Alicia les hizo un gesto de silencio.
-¿Qué ocurre?- preguntó Luís a su mujer.
- No lo sé… pero este chico está atemorizado y cansado por lo que veo…pero… ¿Qué hará a estas horas por la carretera solo?- Se preguntó Alicia.
Por el camino fueron comentando lo extraño que les parecía el encontrar a un muchacho a esas horas por la carretera solo. Decidieron que cuando llegasen a casa le preguntarían a donde se dirigía y que si quería podía pasar la noche en su casa y al día siguiente ya descansado podía continuar su camino. En media hora mas o menos llegaron a casa, al despertar al muchacho, éste se sobresalto, Alicia y Luis cruzaron una mirada de complicidad. Le comentaron lo que habían hablado, Omar con un castellano chapurreado y como pudo les dijo que no quería molestar.
Alicia consiguió convencerle para que pasase la noche en casa y al día siguiente podía marcharse. Omar no entendía muy bien lo que le decían, no tenía a donde ir y pensó que eran buena gente y se dejó llevar.
El matrimonio tenia dos hijos; la pequeña que les acompañaba, Paloma y Fausto de diecinueve años, que se encontraba en casa cuando llegaron y salio a recibirles. Al ver al muchacho que bajaba del coche de sus padres, se quedó sorprendido.
- ¡Mira, este es nuestro hijo mayor!...se llama Fausto, por cierto… ¿Cuál es tu nombre? ¿Cómo te llamas?- le preguntó Alicia.
- ¿Yo? …Omar.- Dijo tímidamente.
- ¡Os estaba esperando para cenar! Estoy hambriento…- indico Fausto
Pasaron a la cocina, donde había preparado una tortilla de patatas y unos filetes de pollo.
- Lavaros las manos y a cenar, que tendréis hambre, vente Omar, te acompañare al baño, así te lavas un poco antes de cenar.- les dijo Alicia.
Omar iba mirando la casa perplejo; en su casa de las afueras de Chauen, en las montañas, no tenían agua corriente, tenían que ir a un pozo a unos trescientos metros de donde vivían y llevar el agua en grandes cubos a la casa y tampoco habían wáteres, solo una letrina y sin luz. Nada que ver con la casa donde se encontraba. Cuando Alicia abrió el grifo del agua caliente de la bañera, Omar al ver el vapor del agua caliente sonrió, puso su mano debajo del grifo y dejo que corriese por su mano. Alicia le miraba en silencio.
-Bueno… el agua está calentita, aquí tienes el jabón, cuando te laves cenaremos, venga… al agua.
Alicia salio dejando la puerta entornada.
Omar se quitó la gorra, no sin antes cerrar la puerta, (aunque no vio el pestillo que se cerraba para que no se pudiese abrir por fuera) y su larga cabellera negra como el azabache, cayo como una catarata sobre su espalda, se quedó por un momento mirándose al espejo, se llevó las manos a la cara y no pudo reprimir las lágrimas que le brotaron de los ojos como un torrente, se sentía cansado y con una mezcla de alegría y pena a la vez, echaba de menos a su madre pero ya no había vuelta atrás; en cuanto pudiese le enviaría una carta a su madre para contarle que estaba bien, no podía llamarle por teléfono por que carecían de todo lo que aquí nos resulta extraño no tener; cosas tan básicas como el agua corriente, la luz o el teléfono. Se sumergió con sumo cuidado en la bañera, contó hasta veinticinco y se salio inmediatamente, no quería que Alicia le encontrara dentro de la bañera desnudo. Mientras tanto el matrimonio estaba dejando sus cosas en su habitación…
- ¿No te parece un niño muy guapo? Tiene carita de niña, no se… hay algo en él que no alcanzo a entender…- comentaba Alicia.
- No te preocupes mujer ¡vamos a cenar! Veremos que nos dice… ¡si nos podemos entender, claro!
Alicia fue en su busca, llamó a la puerta del baño con los nudillos, pero esta se abrió, no había cerrado el pestillo, así que desde el quicio de la puerta le dijo que la cena estaba ya en la mesa; se sentía muy preocupada por el chico. Omar estaba sentado en una banqueta.
-Estoy pensando que te dejare algo de ropa de mi hijo que le está pequeña, así podrás ponerte un muda limpia, no veo que lleves ninguna bolsa con ropa…¿te parece bien?- le fue diciendo mientras entraba en el baño e iba viendo la tristeza reflejada en su rostro. La mujer intentó ganarse su confianza, quería transmitirle tranquilidad, pero la verdad es que no sabía que hacer ni como actuar, ni siquiera sabía si le entendía. Como pudo le preguntó por sus padres, y le respondió como supo que habían muerto.
- Yo… no… papás muertos, hermanos pequeños Marruecos… yo aquí trabajar.
Para Alicia aquello no era nuevo, ella era asistente social en el ayuntamiento de su pueblo y conocía muchos casos, pero había algo más que la inquietaba.
-Te quedaras a dormir esta noche, mañana ya veremos…
Pero el muchacho seguía negándose.- Yo no molestar…no, no.- negaba con la cabeza, mientras le resbalaban unas lágrimas por su tez morena que intentaba disimular.
Alicia se dirigió a la puerta y la cerró, se acercó al muchacho con una amable sonrisa y le rodeo con su brazo por encima de los hombros y le cogió suavemente la barbilla levantándole un poco la cara.
-¿Omar? – le dijo mirándole a la cara a la vez que instintivamente su mano agarro la visera de la gorra con la intención de quitársela, pero éste se apartó negando con la cabeza.- Tranquilo.- le dijo Alicia haciendo un gesto con las manos.
-Amira… yo… Amira.- acertó a decir mientras bajaba la cara, se quitaba la gorra y dejaba al descubierto su largo pelo, sentía mucha vergüenza ya que en su país no estaba bien visto que se viera el cabello de la mujer. Alicia se sentó de golpe.
-¡Pero si eres una niña! ¡Dios! – dijo mientras hacia ademán de abrazarla.
- No, no decir… yo trabajar, mujer no trabajo… yo no molestar
-¡Pero!… ¿tu? ¿Mujer? ¡Si eres una niña…! bueno… vamos a calmarnos, tú tranquila.- le fue diciendo mientras le acariciaba el pelo.- No diré nada, tranquila, nadie te va hacer daño. Vamos a cenar debes de estar muerta de hambre ¡dios!
-mira…- le dijo gestualmente y mirándola a los ojos- Paloma dormirá con nosotros y tu en su habitación, así estarás más tranquila, nadie te va hacer daño. Cenamos y a descansar, mañana ya veremos…
Salieron las dos del baño, Alicia llevaba aún, reflejado en el rostro la sorpresa de lo que había descubierto. Cuando llegaron a la cocina los ojos del matrimonio se cruzaron, Luis conocía muy bien a su mujer y sabia que algo pasaba, ella le tranquilizó.
-Después hablamos.- le dijo en voz baja.
- ¿No debería quitarse la gorra para sentarse a la mesa?
- Es igual déjalo, venga que se enfría… -quiso cambiar de conversación.
Cuando terminaron de cenar, Alicia lo acompañó a la habitación de su hija y se quedo un rato, hasta que vio que se había dormido. Le daba lastima dejarle, aún no se le había quitado el miedo de los ojos.
Alicia entró en la habitación del matrimonio.
- ¿Qué ocurre? Le preguntó su marido
- Siéntate, tenemos que hablar.- le dijo con el semblante preocupado.
Luis era abogado. Su mujer le contó lo ocurrido en el baño, estaba preocupada, ¿Qué debían hacer? Si Amira era menor y avisaban a la policía, lo primero era que la ingresarían en un centro de menores. No sabían exactamente la edad de la muchacha, pero estaba claro que era menor. Podían acogerla temporalmente…, era una posibilidad, hasta que encontrasen una solución.
Lo que tenían claro es que no la debían dejar marchar, podía ocurrirle cualquier cosa, su deber era ayudarle; era una niña en sola y perdida en un país desconocido, tampoco conocía el idioma, ni las costumbres, podría verse envuelta en muchos peligros.

Amira despertó de golpe, sudorosa y agitada, otra vez aquel horrible sueño. Miró a su alrededor y se tranquilizó al ver que estaba muy lejos de su casa, le horrorizaba lo que le pudiese pasar, pero el temor a casarse con aquel familiar que su padre había convenido era mas fuerte que el miedo ante lo que estaba por venir, ella seguía pensando que no podía se peor.
Como dijo un filosofo:”La vida no se trata de cómo sobrevivir a una tormenta, sino de cómo bailar bajo la lluvia”
Se acurrucó bajo las limpias sábanas y se quedó muy quieta; solo oía su propia respiración. Pensó que lo mejor que podría hacer era irse al salir el sol, sin decir nada, aquella gente se había portado muy bien con ella, pero podían dar parte a la policía y eso seria el fin para ella y la deportarían a su país; y eso no podía ocurrir, la afrenta de su padre para con su primo, al no cumplir la promesa hecha cuando la niña tenia doce años de casarla con el, era algo que podía pagar muy caro, demasiado caro, si regresaba. Su padre nunca le perdonaría, y todo el camino andado no le serviría de nada. Pasó casi toda la noche en vela, al despertarse sobresaltada, no quería dormirse y volver a revivir sus pesadillas.
Amanecía y los rayos de sol asomaban por la ventana, era hora de ponerse en marchantes de que la familia despertase, era sábado y no madrugaban, pero tampoco Alicia había podido dormir, preocupada por Amira.
Se levantó y miró a su marido, seguía durmiendo. Bajo a la cocina y preparó café, mientras tanto fue a la habitación donde dormid Amira y se la encontró levantada y vestida, sentada en el borde de la cama; le llevaba un vaso de leche caliente, se sentó a su lado y la rodeo con su brazo, en un gesto cariñoso.
-Toma, te he traído un vaso de leche, supongo que te gusta…
Amira lo cogió y se lo bebió sin decir nada. Como pudo Alicia intentó que le contase todo lo ocurrido y poco a poco al abrigo del amanecer le fue contando el porque de su escapada y su historia. Alicia no podía dar crédito a lo que escuchaba; alrededor de mil kilómetros distanciaban un hogar del otro y sin embargo parecía que Amira había salido de dos siglos atrás, sin poder remediarlo la abrazó, intentando darle el cariño que una niña de quince años necesitaba.
Le prometió que la ayudaría en todo lo que pudiesen, era muy niña y no podía ir sola por ahí, y tampoco encontraría trabajo sin papeles y sin la edad correspondiente. Amira confió en aquella mujer que le había recogido, era fin de semana y tenían dos días para buscar la mejor solución.
-Será mejor que no te pongas la gorra, es hora de que vuelvas a ser tu, ¡vamos! Mi marido y mis hijos te esperan, están contentos de que estés con nosotros, ya verás como todo sale bien, no te preocupes, nosotros cuidaremos de ti.
La cogió de la mano y la condujo al piso de abajo donde todos estaban desayunando.
Era hora de empezar el nuevo día lejos de lo que el destino le deparaba en su país.
Solo tenía una vida en la maleta.

FIN

Pepa Navarro Rodrigo
Enero-2011
EL RENACER DE UN BOSQUE


Aquella mañana Andrés regresaba de hacer un servicio de los que habitualmente hacía todos los días.
Era piloto de avionetas en una empresa privada, llevaba y traía pasajeros diariamente.
Pidió permiso para aterrizar, todo estaba en orden y empezó las mismas maniobras de siempre.
El tren de aterrizaje falló.
No hubo supervivientes.

Había pasado un año desde que Andrés murió. Lucía, su mujer, se había instalado en Dakamun, un pueblecito, de una belleza excepcional, del cual Lucía guardaba recuerdos de su niñez.
No soportaba seguir viviendo en la casa donde habían tantos recuerdos; momentos compartidos, fotografías, regalos, objetos que le recordaban a Andrés.
Después de mucho pensarlo decidió empezar de nuevo en otro lugar.
Lucía era una mujer de gran vitalidad que amaba la vida a pesar del duro golpe que le había dado. El recuerdo de Andrés era tan limpio y puro que sabía que desde donde estuviese la iba a proteger.
Su relación se basó siempre en el mutuo respeto y la pasión de ambos era la belleza de todo aquello que tuviese vida.
Qué mejor sitio para empezar de nuevo que aquel pueblo que gozaba de todo lo que ellos admiraban.
Compró un caserón a las afueras de aquel pueblo con aromas entremezclados a naturaleza viva, desde donde podía contemplar el mar, las montañas y disfrutar de los olores de la tierra, olor a jazmín, hierbabuena, azahar, romero; era el sitio perfecto para iniciar una nueva etapa en su vida.
Su hijo Santiago era una persona independiente y según él, se declaraba, bohemio, como sus padres.
Le gustaba viajar, tenía 28 años, su casa era su caravana con la que iba al norte o al sur, allá donde sabía que era la temporada de trabajo. Igual trabajaba de monitor de esquí, en Pirineos o los Alpes, que de camarero en las terrazas de verano de alguna ciudad costera. Necesitaba poco para vivir, su caravana le daba pocos gastos, así iba viajando de un lugar a otro.
Aunque la profesión de Andrés había sido piloto, su pasión junto a la de Lucía había sido todo aquello que se movía alrededor del arte y así habían educado a su hijo, Santiago, desde el respeto, la liberad y la pasión por la naturaleza y el arte.
Lucía era licenciada en Bellas Artes, aunque no se dedicó a su carrera plenamente, tenía claro que para ella lo mas importante era su familia, a la que adoraba, su marido era su compañero, su amigo, su amante, su confidente, todo. Habían creado una vida juntos y ahora ella empezaba otra sola.
Lucía siempre había estado en contacto con su profesión. Hizo exposiciones de cuadros y esculturas, también fue profesora en la universidad. Siempre trabajo temporalmente mientras su hijo fue pequeño. Expuso en galerías. Amaba ese mundo y lo había compartido con su compañero y su hijo.
Solía hablar con él, cómo si aún siguiese entre ellos; le contaba sus planes, sabía que él le escuchaba desde donde estuviese y que contaba con su apoyo, siempre lo tuvo.

La casa que compró era un antiguo caserón que ella misma había restaurado de forma que tuviese la mayor luz posible, le gustaba la luz natural, abrir las ventanas y ver el cielo, el sol, las estrellas, sentir el aroma de la lluvia, todo aquello que le llenaba de libertad y los grandes espacios donde poder trabajar en sus nuevos proyectos.
Esa mañana se levantó con gran vitalidad, ansiosa de hacer cosas. Se dirigió al baño y se metió en la ducha, le encantaba el agua caliente, que dejaba correr por su cuerpo sintiendo su caricia. Se desperezó bajo la cascada de agua levantando los brazos, como queriendo abrazar el cielo, estuvo un rato disfrutando de la ducha y decidió salir. El cuarto de baño era grande y tenía un espejo que ocupaba toda la pared haciendo que pareciese aún más grande e iluminado. Mientras se secaba, se miró al espejo y sonrió...
-¡Bueno, tampoco estoy tan mal para mis 55 años! – pensó, mientras se recreaba mirándose.
-¡Incluso teniendo el pelo blanco! así cortito me da un toque de... bueno...Andrés me decía que me daba un toque sensual.- pensó mientras se encogía de hombros, sonreía y levantaba las cejas en un alarde de coquetería. Tenía un aspecto juvenil y jovial, y ella lo sabía, le gustaba tener un toque de rebeldía natural. Se vistió y desayunó en el porche desde donde veía el mar y aspiró el agradable aroma de la mañana; para ella era como una inyección vital que le gustaba tomar cada día.
-¡La verdad es que esto es precioso! - Dijo en voz alta mirando a su alrededor. Cogió sus cosas y se dispuso a subir a su coche, tenía que ir a Dakamun para hacer gestiones y comprar material que necesitaba para el proyecto en el que estaba trabajando. Fue a correos a recoger un paquete. Hizo la compra para casa en el supermercado y decidió ir a tomar un café al puerto, le encantaba sentarse en alguna de aquellas terrazas desde donde se veía el entrar y salir de los barcos pesqueros al puerto y observar a la gente paseando mientras se imaginaba sus historias. Tenía pensado hacia tiempo escribir un libro, era su asignatura pendiente, Lucia era muy observadora, tenia almacenado datos, personajes, situaciones y las iba describiendo en su libreta de notas, hasta que llegase el día en le apeteciese que todos aquellos apuntes tomasen forma y vieran la luz.
La gente de Dakamun vivía mayoritariamente del mar y del turismo. Tenía un pequeño puerto natural abrazado por las casas de sus habitantes y con las espaldas cubiertas por aquellos montes que se alzaban tras ellos. Todo estaba alrededor del puerto y esto le daba un encanto especial que hacía que el turismo se sintiese bien allí, entre el mar y las montañas.
Sus habitantes no querían perder aquel encanto que caracterizaba su pueblo y en la medida de lo posible intentaban mantener la uniformidad del mismo.
Dakuman está situada en la desembocadura de la ría del mismo nombre. Su fondo era arenoso y se encontraba dentro de la Reserva de la biosfera del Urbadai. Es frecuentada por surfers de todo el mundo que trepaban por las rocas para lanzarse al agua y cabalgar por esas gigantes olas de las que solo lugares como Dakamun ofrecía a los amantes de éste deporte. Alguno de sus principales atractivos turísticos eran pasear por las tranquilas y bellas calles del pueblo con su magnifica panorámica de la ría de Gercani.
Los surfistas de élite afirman que allí se forma la mejor ola de izquierda de toda Europa.
Antón es el alcalde de Dakamun, aunque todo el pueblo le llaman Brus, por su aspecto extranjero. Antón rondaba los cuarenta años y estuvo casado, aunque su mujer se fue a la ciudad hacía cinco años; el pueblo que tanto le gustaba a Brus a su mujer se le quedó pequeño y tras hablarlo muchas veces con su marido, decidió volver a la ciudad. Brus era un hombre que tenía por costumbre obrar con meditación y reflexión, al que le gustaba la vida sencilla que tenía en Dakamun, pero no podía obligar a su mujer a quedarse allí con él, la entendía y tenía que respetar sus convicciones, pero no compartían la forma de vivir la vida. La decisión de Brus fue quedarse y dejar volar a la mujer que tanto había querido.
Brus adoraba el mar, su pueblo y su entorno abrigado por los montes. Tenía una pequeña tienda de ropa de importación de de todo aquello relacionado con el surf, también fabricaba las tablas con las que la gente se deslizaba por las ola huecas y largas.

Lucía después de tomar su café en aquella terraza, pensó que ya era hora de hacer una pequeña excursión por los alrededores y descubrir los parajes del interior, cogió su coche y se adentró por los caminos que le llevaba hacia los montes, de pronto al salir de una curva, paró su coche, no podía dar crédito a lo que estaba viendo, todo estaba prácticamente quemado, se quedó apesadumbrada, nunca había visto tanta devastación. El paraje había quedado desolado, después de mirar semejante calamidad durante unos minutos, sintió que unas lágrimas le brotaban de los ojos, mientras iba recordando imágenes de su niñez, cuando iba a veranear al pueblo con sus abuelos; todo estaba igual menos los montes que habían adquirido un color grisáceo enlutado. Subió de nuevo a su coche y se dirigió al pueblo a terminar de hacer sus gestiones con la sensación de sorpresa disgustada.
Debido a su carácter jovial, había hecho sus amistades con los nuevos vecinos, siendo bien acogida allá donde iba. Sus abuelos habían sido gente muy conocida por todos.
Entró en una tienda en busca del material que necesitaba.
-¡Buenos días! ¿Qué tal Teresa? -le dijo a la dueña- He ido a dar una vuelta por al monte..., no sabia que se quemó.
_ Si, ya hace unos años, sabemos que fue intencionado, pero nunca cogieron a los responsables. Las promotoras han intentado por todos los medios que les vendiésemos el terreno, pero Brus, nuestro alcalde no ha dado su brazo a torcer, la gente de aquí no quiere que se construyan grandes urbanizaciones que hagan perder nuestro entorno de siempre, por mucho dinero que nos ofrezcan. Estamos intentando, como podemos y con la ayuda de Brus, la reforestación del monte, pero ya sabes que eso supone muchos años de trabajo y se necesita mucho dinero para el proyecto, pero vamos haciendo cosas..., poco a poco. Hemos limpiado parte del desastre y plantado árboles y plantas autóctonas, pero claro se nos echa el tiempo encima, el ayuntamiento a promovido una campaña para recaudar fondos, pero, Lucía, ya sabes como son estas cosas.- Le dijo Teresa indignada y con el semblante triste.
-Seguro que el proyecto sigue delante, Teresa y nuestros nietos volverán a ver el monte verde.- Le contestó Lucía
- Estoy buscando un material nuevo para mi escultura, me gustaría que no tuviese nada de peso, lo más ligero posible, aunque no se muy bien..., aún estoy haciendo pruebas.- Le contó.
-No sé, debería saber con exactitud lo que necesitas, ¿por qué no hablas con Brus? él utiliza esa tipo de materiales para fabricar sus tablas de surf, quizás te pueda ayudar, tiene el taller junto al embarcadero, dile que te mando yo, te atenderá bien. Es un buen hombre.
- Bueno..., pues gracias Teresa hasta otro día.- Le dijo Lucía despidiéndose con sonrisa agradecida.

Encontró el taller fácilmente. No había tenido aún la oportunidad de conocer a Brus personalmente. Lucia entró en el taller y lo encontró trabajando en una de sus tablas que le habían encargado desde Andalucía para el próximo verano. La tienda que tenia junto al taller estaba llena de ellas y de accesorios para surf, había mucha gente que conocía el pueblo por ser una zona perfecta para esta práctica.
-¡Hola, buenos días!, perdona, estoy buscando a Brus...
-Hola, ¿qué tal? Yo soy Brus, en que te puedo ayudar,- le contestó ofreciéndole su mano cortésmente.- En realidad mi nombre es Antón, aunque la gente del pueblo me llaman así porque dicen que parezco uno de lo extranjeros que vienen hacer surf !ah! también soy el alcalde para lo que te pueda ayudar...- le dijo guiñándole el ojo en un alarde de simpatía campechana, a lo que Lucía respondió con una atrayente sonrisa y un apretón de manos. Le pareció un hombre alegre y atractivo.
- Vengo de parte de Teresa, la señora de la tienda que hay al lado de correos, me dedico hacer esculturas y otras obras y necesito un material que sea..., con poco o ningún peso, para un proyecto que tengo, me dijo Teresa que utilizabas ese tipo de materiales y aquí estoy,- le fue diciendo Lucía.- Vine a vivir aquí hace mas o menos un mes y aún ando un poco despistada. Vivo en la ladera de la montaña, en la casona.
-¡Ah, sí!- afirmó Brus- he oído hablar de ti, ¿tus padres eran de aquí, no?
-Mis abuelos maternos y, ¡mi madre, claro! yo vine de pequeña algún verano, pero ya sabes...luego te haces adolescente y no valoras el encanto de la sencillez del pueblo, y dejas de venir. Me quedé viuda hace un año más o menos y pensé que lo mejor que podía hacer era volver, los recuerdos que tengo de mi niñez, la verdad... me hacen sonreír, con la grandísima suerte, al menos para mí, de que el pueblo no ha cambiado prácticamente nada - le iba contando a Brus-. Vengo de dar un paseo por el monte y he visto como ha quedado, ¡dios, que desastre!-dijo enojada Lucía.- Me dijo Teresa que estáis trabajando en la reforestación sin manos mercenarias.
-Sí- afirmó Brus-.La verdad es que es un gran problema, me alegra saber que se solidariza con el pueblo.
-¡Por supuesto! -le confirmó Lucia- me encantaría ayudar en lo que pudiese, ¡claro que sí! -la mirada limpia de Brus empezó a ponerla nerviosa- bueno... yo venia por el material...
- Veré lo que puedo hacer -le contestó Brus- si se le ocurre cualquier cosa o idea nueva para intentar volver a hacer que renazca nuestro monte le estaríamos muy agradecidos.
-Seria un placer poder ayudar, cuenta conmigo -le dijo- tengo que irme, está atardeciendo, vendré otro día con más tiempo y hablamos del tema y también de mi material, a ver que me has conseguido, hasta pronto-. Lucía se despidió con una de sus bonitas sonrisas.
-Espero que sea pronto -le contestó Brus- .Hasta pronto.

Lucía se dirigía hacía su coche cuando sonó su móvil. Era su hijo Santi.
-¡Mamá! ¿que tal? ?como estas? estoy aquí en el pueblo -le dijo Santi-.Si, he venido a pasar unos días contigo, estoy en el camping, he ido l a dar una vuelta por el pueblo con la bici, quería verlo ya que nos has hablado tanto de el -le iba contado Santi- he hecho un poco de turismo rural por mi cuenta, ya me conoces..., perdona si no te he llamado antes, quería verlo antes de que nos viésemos, tenias razón mamá, tiene un encanto y un aroma especial.
Lucia, viendo que no cesaba de hablar le cortó,-¡Cariño! paso a recogerte y vamos a casa, ya veras como te gusta, tendrás muchas cosas que contarme y tengo muchas ganas de abrazarte, hijo, voy para allá -le dijo cortando la comunicación, se moría de ganas por abrazar a su pequeño hippy, como ella le llamaba, se parecía mucho a Andrés.
Santi, había ido antes a Valencia a la casa familiar y traía el correo que aún llegaba.
Cuando llegaron a casa era la hora de cenar, se prepararon algo rápido y se sentaron en unos troncos que Lucía había convertido en sillones, llenándolos de almohadones de distintos colores fuera, en el zaguán, hacía una buena temperatura, era el mes de mayo y se estaba bien cenando bajo el cielo envueltos de estrellas y respirando el aroma de la noche.
-Siempre has tenido un sentido especial para rodearte del mejor escenario -le dijo Santi- esto es precioso, se respira mucha tranquilidad. Cuando estuve en el pueblo esta mañana, hablé con gente, me han contado lo del incendio.
-Sí, yo no sabia nada, esta mañana fui a dar un paseo por el monte y lo he visto. Después estuve haciendo gestiones en el pueblo y pregunté que había pasado. Aquí la gente es muy amable, están trabajando para reforestarlo, tienen proyectos, pero se necesita mucho dinero y muchas manos desinteresadas para hacer efectivo los proyectos. He conocido esta mañana al alcalde, Brus, y hemos estado hablando..., seguro que se me ocurre algo para ayudar -dijo Lucía pensativa.
- Estoy seguro mamá -le contestó Santi- ¡por cierto! he pasado por Valencia y he ido a casa, te he traído el correo. Lucía le cogió la mano y acariciándole la mejilla le dijo sonriendo; ¡Me recuerdas tanto a papá! bueno... es tarde, vamos a dormir, mañana tenemos muchas cosas que hacer.
- Yo me voy a la caravana, mamá, mañana vendré pronto, un beso mamá, hasta mañana. Cuando Santi se fue, Lucía se quedó un rato más en el zaguán mirando las cartas que Santi le había traído: entre ellas había una de una compañía de seguros, Lucía se extrañó, pensó que sería publicidad, la abrió sin ningún interés, pero la cara le fue cambiando de expresión conforme la iba leyendo.
Era un seguro de vida que su marido había contratado años atrás sin ella saberlo. También hablaba de un sobre que Andrés había dejado para que se lo dieran junto al dinero de la póliza.
Lucía miró al cielo. -¿Por qué Andrés?- preguntó para sus adentros- incluso después de irte me sigues sorprendiendo, ¡te echo tanto de menos! -pensaba mientras se deslizaban unas lágrimas por sus mejillas.
Estuvo en el zaguán largo rato pensando, recordando, añorando, hasta que el cansancio le venció y se quedó dormida con la noche como techo, las mejillas mojadas y una suave sonrisa; siempre sonreía cuando pensaba en Andrés.
El frescor de la mañana la despertó, la panorámica que desde allí disfrutaba, le hacía sentirse privilegiada, se acurrucó bajo la manta que le cubría y se dejó llevar por el amanecer sin poder quitar la mirada del horizonte, como hipnotizada por tanta belleza. Su casa se encontraba de espaldas a las montañas, por lo que desde allí no podía ver la imagen árida del monte, pero aún así no dejaba de pensar en ello.
Cuando más tarde Santi llegó, le preguntó si había algo importante entre el correo, Lucía le dio la carta para que la leyera, mientras ella le miraba.
Cuando terminó de leerla, Santi le preguntó a su madre si sabía algo de la póliza.
-No, no sabia nada, yo no era partidaria de ello, además solo de pensar en la finalidad de la póliza se me ponían los pelos de punta, no quería ni pensar que algo le pudiese suceder a papá, pero ya ves, lo hizo igual, sin decirnos nada -le contestó Lucía- tendremos que ir a Valencia, pasaremos allí unos días y solucionaremos esto.
Salieron a primera hora del día siguiente. Llegaron a Valencia por la tarde. Al regresar a casa Lucía se sintió triste. Volver a dormir en aquella cama que aún conservaba el olor de Andrés se le hizo duro y prefirió dormir en la habitación de invitados. A la mañana siguiente fueron a la compañía y les dieron todos los detalles. Resolvieron todos los papeleos y se dispusieron para ir al restaurante de unos amigos a cenar. Lucía no abrió la carta de Andrés, lo reservó para cuando estuviese sola. Pasaron en Valencia una semana y dormía cada noche con la carta sin leer entre sus manos. No le importaba el dinero que Andrés tuvo a bien dejarles, solo las palabras que le había dejado escritas tenían valor para ella.
Llegó el día de partir hacia Dakamun, Lucía y Santi se despidieron de sus amigos y retomaron el camino de regreso hacia su particular paraíso, con aquel pequeño trozo de papel que Andrés le había reservado a Lucia. Llegaron al pueblo ya entrada la noche, Santi dejó a su madre en casa y se fue a su caravana. Lucía cogió una pequeña manta; esa noche hacia fresco, se envolvió en ella y salió al zaguán. Se tumbó en uno de los escañiles que tenia lleno de almohadones; olió el sobre, creyendo que iba a tener el aroma de Andrés y, aunque no fue así, miro al cielo y le pareció ver su rostro reflejado en la luna, como si la estuviese mirando. Abrió el sobre lentamente, cogió la hoja que había dentro y se dispuso a leerla. Era una carta sin fecha.





















Mí amada Lucía:

No sabes cuanto siento que estés leyendo esta carta. Deje escrito que te la entregaran un año después de mi último viaje, sé que no hubiese sido bueno para ti recibirla con mi partida reciente. ¡Cómo me gustaría estar a tu lado! ¿Estás bien, mi amor? no te preocupes..., estoy seguro de que has conseguido salir adelante, te conozco, eres fuerte y amas la vida como yo la amaba y sé que mi recuerdo te ha hecho resurgir de ti misma. Perdóname, por no haberte dicho nada de esto, sé que no me lo hubieras permitido, pero mi trabajo tenía sus riesgos y como ves así ha sido. Este es mi regalo de despedida. Sé que harás buen uso de el, confío en ti plenamente y encontraras la forma de convertirlo en un bonito regalo. Los dos amábamos las mismas cosas y a nuestro hijo.
Habrás empezado una nueva etapa en tu vida, yo estaré velando por ti desde allá donde esté.
¡Vive Lucia! ¡Vive por mi! cuando nos reunamos quiero ver esos surcos que deja la vida en la piel, no tengas prisa por reunirte conmigo, yo tengo toda la eternidad para esperarte y tu tienes muchas cosa que hacer aún. Enamórate y se tan feliz como nosotros lo fuimos, no quiero que estés sola, no es buena compañera la soledad, tu le diste claridad a mi vida, busca ahora tu luz.


TE QUERRE TODA MI ETERNIDAD.


ADIOS MI LUZ. ANDRES.



Lucia miró al cielo, estaba cubierto por un manto de estrellas, abrazó aquel trozo de papel en su regazo y se le escaparon lágrimas de impotencia y dolor, se acurrucó dentro de la manta buscando el calor de Andrés y estuvo llorando toda la noche en silencio, hasta que llegó el alba.
Amaneció de nuevo el día, Lucia se sentía triste, las palabras escritas por Andrés resonaban en su interior…

¡VIVE LUCÍA!

No quería estar triste cuando llegase Santi, se dirigió a la ducha y se dejó abrazar por el calor del agua, que dejó correr por su cuerpo durante un buen rato y como hacía cada mañana, levantó los brazos como si quisiera abrazar al cielo.
Cuando su hijo llegó, estaba preparando el desayuno –pasa hijo, estoy haciendo café, ¿te apetece? –le preguntó.
-¡Claro mamá! Huele de maravilla. –le contestó
Desayunaron tranquilamente mientras charlaban -¿sabes mamá? Me gusta esto –le dijo- creo que me quedaré una temporada aquí, seguro que encontraré un trabajo con el que subsistir y mantenerme ocupado.
Lucía quiso volver a al realidad después de esa semana desconcertante, agitó la cabeza, como queriendo deshacerse de su tristeza, le acarició el pelo, buscó sus ojos y le habló de Brus, quizás él le pudiese orientar.
-Está bien mamá, hablaré con él. Dame un beso, luego te veo, voy al pueblo.
Lucia se quedó en casa, fue al almacén. Antes había sido un cobertizo para guardar las herramientas del campo. El techo era transparente, lo reconstruyó cubierto como una bóveda de metacrilato por donde entraba toda la luz que emanaba del cielo y allí se perdió entre lienzos, pinturas, colores, cuadros y esculturas.
Brus estaba en su taller. Su trabajo era puramente artesanal.
-¡Buenos días! ¿Brus? -éste asintió con la cabeza- Buenos días –le contestó- ¿tu dirás? –le dijo acercándose mientras le tendía la mano.
-Hola, soy Santi, el hijo de Lucía, mi madre me ha hablado de ti, te cuento; he venido a pasar una temporada cerca de mi madre y busco algún trabajo. Estoy acampado en el Camping. Suelo viajar en caravana, ¡como los caracoles, con la casa a cuestas!, me preguntaba si sabrías a quien o a donde puedo dirigirme…
-Bueno…, la verdad es que a mi me hace falta que me echen una mano, tengo un pedido importante y se me echa el tiempo encima, este trabajo es todo artesanal –le fue contando Brus- pero claro, no da para tener un empleado todo el año, pero si que me vendría bien que alguien me ayudase unos meses.
-Bien, sería interesante, me gusta aprender nuevos oficio y más si son artesanales, ¡soy un “manitas”! ¿Sabes? –Le increpó Santi –y posiblemente me quedé hasta la entrada del invierno, ¿así que si quieres? ¡Estoy disponible!
Brus se rió -¿qué te hace gracia? –le preguntó Santi.
-¡Anda, que entre tus pelos y los míos…! ¡Vaya par de melenudos!, nos van a sacar una canción!
Santi también sonrió, le gustaba aquel hombre.
–Aunque tengo que decirte –prosiguió Brus- que soy muy metódico en el trabajo, me gustan que se hagan las cosas bien y sobre todo la puntualidad.
-¡Perfecto! Imagino que serás un buen maestro –le dijo Santi, guiñándole un ojo copartícipemente.
-Venga, decidido, empezaremos mañana, ¡por cierto! Hace días que no he visto a tu madre, ¿se encuentra bien? –preguntó Brus.
-si, está bien, hemos estado unos días en Valencia, arreglando papeles, ya sabes…, volvimos anoche.
-¡Pues nada…! Me alegro de que estéis de vuelta, te espero mañana prontito. –Le dijo Brus tendiéndole la mano- ha sido un placer- le contestó Santi ofreciéndole la suya –Hasta mañana, jefe.
Al día siguiente acudió a trabajar a la hora convenida, puntual. Brus ya le tenía preparado lo que tenía que hacer y fue enseñándole los secretos y habilidades del trabajo. Santi se sentía bien trabajando allí y cogieron confianza rápidamente. Por las tardes Brus atendía sus deberes derivados de su cargo como Alcalde. Santi le acompañaba casi siempre, se habían convertido en buenos colegas, unidos por su trabajo para el renacer del monte.
Santi, había viajado considerablemente y conocía a mucha gente. Les fue llamando y contando la historia de Dakamun, muchos de ellos acudieron a la llamada con el propósito de ayudar en el proyecto, aún no era temporada alta pero el pueblo para el turismo, pero el pueblo se llenó de gente y eso era bueno a todos los niveles. Los días fueron pasando y la incipiente amistad entre Brus, Lucía y Santi se fue afianzando.
Lucia por su parte contactó con varias galerías de arte que se interesaron por su obra, pero les puso la condición de que las exposiciones tuvieran lugar en Dakamun, en cualquiera de los antiguos edificios que habían sido restaurados. Su intención era hacer llegar al pueblo la máxima cantidad de gente posible, y esa era una buena manera. Hizo las exposiciones, tanto de ella, como de los colegas de profesión en los edificios más emblemáticos, dándoles así el encanto y la magia que caracterizaba el fusionar lo antiguo y lo moderno. Adoptaba también el papel de mecenas, para artistas noveles, programando concursos de todo aquello que estuviese relacionado con las bellas artes existentes, tanto pintura y escultura, como música, literatura o danza, incluyendo también las escénicas. Contaba con cierto prestigio en estos horizontes. Fue un año maratoniano, entre cursos, exposiciones, encuentros literarios, jornadas de danza, de percusión, pases de cortometrajes, tanto a nivel nacional como internacional. Charlas sobre el medio ambiente, Simposios sobre los montes. Se movieron a todos los niveles, teniendo un excelente éxito, siendo casi siempre el tema a tratar, el mar, las montañas, el agua y el fuego. Cada uno de los muchísimos visitantes aportaba su granito de arena de una forma u otra.
Lucía y Brus sabían que no iban a ver aquellos montes con el verdor que les caracterizaba, totalmente repoblados, pero sí lo harían los hijos de los hijos del pueblo y esa motivación les hacía seguir adelante y estar cada vez más unidos por el trabajo que estaban desarrollando.
Lucía también contactó con sus compañeros docentes y se organizaron excursiones en las que los pequeños y mayores también plantaban arbolitos y plantas autóctonas, siempre bajo la supervisión de los guardas forestales. Los niños estaban en contacto con la naturaleza y se les enseñaba que era lo que nunca debían hacer cuando iban al monte, lo que era necesario trabajar para conservarlo y las consecuencias de los incendios.
Así los meses fueron pasando.

Un día Lucía se despertó sobresaltada y sudorosa, sin saber porque. Era tarde, solía levantarse al amanecer, con los primeros rayos de sol. Salió de su habitación y se dirigió al porche, eran las diez de la mañana, se quedó mirando el horizonte, algo extraño sentía dentro de si.
Se dirigió al almacén que había habilitado para su trabajo. Cogió uno de los lienzos en blanco que tenía y empezó a dibujar sin saber muy bien el qué.
El azul del mar, el verde de los árboles, el blanco de las nubes, y cuando se dio cuenta, pincelada a pincelada había dibujado la silueta de Brus. Lucia estaba de espaldas a la puerta, se quedó mirando el lienzo y tan absorta estaba en sus pensamientos que no se dio cuenta de la presencia de Brus apoyado en el marco de la puerta, observándola en silencio como ella dibujaba el rostro de su amor. Lucía se dio la vuelta lentamente, sus miradas se cruzaron. No hicieron falta palabras. Brus se acercó y la tomo de las manos. De los ojos de Lucía se escaparon unas lágrimas. Brus le acaricio el rostro y se las besó, ella se dejó abrazar, buscó su rostro y lo besó con ternura. El la cogió en brazos dejándola dulcemente sobre un diván con dosel que había restaurado Lucía, y allí entre cuadros por terminar, pinceles y aroma a colores pintaron el lienzo blanco de su amor recién encontrado. No les importó su diferencia de edad, ellos se sentían por encima de aquellas cosas tan banales, se dejaron llevar por la verdad de sus sentimientos hasta la llegada del atardecer.
Ellos habían hecho renacer el bosque y éste les compensó, llenándoles de amor.
A lo lejos, en el cielo, se veía la estela de colores que dibujaba una avioneta.
FIN.