domingo, 30 de enero de 2011

UNA VIDA EN LA MALETA

Amira despertó sudorosa.
De nuevo aquel sueño le interrumpía su merecido descanso. Tenía alrededor de unos quince años y sabía que le quedaba poco tiempo hasta que se desposase con aquel primo lejano de su padre; según habían concertado ellos años atrás; cuando cumpliese los dieciséis años se tenía que casar.
Por las noches tenía pesadillas viéndose casada con aquel familiar lejano que ni siquiera conocía.
En las pocas horas de descanso que tenía después de trabajar de sol a sol en la granja de sus padres, no podía descansar ya que eran interrumpidas por esas temidas pesadillas cotidianas.
Aquella mañana salió de casa para dirigirse al campo. Estaba amaneciendo. Era el día perfecto ya que su padre le había mandado sola, Él iría más tarde.
Esperaba ese momento hacía tiempo. En un pequeño cobertizo que solo ella conocía había guardado un chándal de uno de sus hermanos, unas tijeras, por si se tenía que cortar el pelo, junto a unas gafas de sol y una gorra con visera. En aquel cobertizo que amenazaba con derruirse en cualquier instante Amira solía esconderse para jugar, o para huir del mal genio de su padre cuando era muy pequeña.
Cuando Amira salió del cobertizo, hizo un montón con sus ropas viejas y las enterró bajo de un olivo centenario, no quería quemarlo para que no llamase la atención el humo. Después de enterrar su pasado se dirigió temblando de miedo en busca de su futuro. Sin mirar atrás, bajo a la carretera que llevaba al pueblo más próximo, Chauen. En ella era frecuente ver a muchachos que se dirigían a cualquier parte en busca de trabajo.
Omar se dirigió hacía el Norte, había oído hablar a sus hermanos que la gente cruzaba el estrecho en pateras o cualquier otro transporte que pudiesen ir escondidos para burlar la aduana de Ceuta.
Por las carreteras comárcales era normal ver a la gente que iban y venían por sus orillas sin arcen esperando encontrar algún conocido o cualquier taxi, el cual se compartía con otros pasajeros, para dividir el coste entre ellos, llegando incluso a ir mas gente de la permitida. Era muy normal ver taxis con 6 u 8 personas.
Anduvo todo el día. La tarde empezaba a caer.
-Tendré que hacer autostop si quiero llegar alguna parte pronto.- Pensó para sí misma.
Llevaba ya un buen rato, le dolía el brazo de llevarlo extendido cuando una furgoneta grande le paró. Tuvo suerte, se dirigía a Ceuta. El chofer no se dio cuenta del engaño, era un chico más, y el trato fue el normal, así que fueron hablando durante el trayecto. Omar le contó que iba en busca de trabajo.
- Me dirijo a España.- Le dijo el chofer
Omar palideció de la emoción y de la alegría pero quiso mostrar naturalidad, no llevaba documentación alguna y no podía pasar la frontera, tenía que despistar al chofer.
- Yo prefiero quedarme aquí, cerca de la familia, buscare trabajo en la costa o en cualquier ciudad turística, no sé, quizás Tetuán… ya veré.- dijo intentando dar un tono de normalidad.
Antes de entrar en el recinto portuario pararon a tomar un te con jazmín y menta, bebida típica de Marruecos, su religión no les permite tomar alcohol- en uno de los bares que hay a la orilla de la carretera y allí fue donde Omar vio el momento de despedirse. El chofer había quedado allí con otro transportista con el que solía hacer la ruta hacía España. Llevaban alfombras y productos de cuero a Sevilla.
Omar se despidió del chofer dándole las gracias y desapareció entre camiones, furgonetas y coches que estaban aparcados en la gran explanada donde se cruzaban vehículos que iban y venían de Norte a sur y de sur a norte.
Los transportistas llegaron al puerto y embarcaron en el ferry. Al amanecer se encontraban ya, en Algeciras. Habían pasado la frontera sin ningún tipo de problema, al bajar los vehículos del ferry, aparcaron en un área de servicio y se dispusieron a desayunar. En dicha área de servicio había todo lo necesario para que los transportistas pudiesen descansar, comer, ducharse, hasta había una parte donde se hallaban los lavaderos, con máquinas de lavar la ropa y secadoras para la gente que hacía rutas largas.
Una vez desayunaron y comentaron la ruta establecida, se pusieron en marcha, dejando atrás el camino recorrido desde Chauen.


Omar salió de uno de los baños del área de servicio. No sabia donde estaba, se sentía muy nervioso, cansado, pero libre…tenia que seguir su camino en busca de una vida mejor. En el aseo de caballeros se había lavado y aseado para no tener mal aspecto, no quería llamar la atención; estaba muerto de miedo, pero tenía que seguir adelante, ahora no podía darse por vencido, estaba a muchos kilómetros de casa y no le encontrarían, sus pesadillas empezaban a desaparecer para dejar el camino libre a otros sueños.

Llevaba todo el día caminando por el arcén de la carretera y estaba fatigado, los coches pasaban demasiado rápido cegándole con las luces ya que empezaba anochecer.
La idea que llevaba Omar era ir a una gran ciudad donde pudiese pasar más desapercibido, pensaba él, pero encontró un desvío por donde los coches le pareció que iban más despacio y se sintió más tranquilo al transitar por allí. Le quedaba poca comida, apenas un pedazo de pan y empezaba hacer frío, pero tenia que continuar caminando.
Había aprendido algunas palabras en español que le habían enseñado sus hermanos y pensó que con lo poco que sabia hablar podía instalarse en España sin problemas, pero nada mas lejos de la realidad…
Chauen es un pueblecito muy turístico de Marruecos, en el que los niños hacen de guías turísticos por “cuatro chavos” o por cualquier cosa que les den; unas gafas de sol, una camiseta, caramelos, lápices, cualquier cosa les parece bien… ¡cuando uno no tiene nada, nada echa en falta…!
Chauen a pesar de ser un lugar turístico, parecía que se había quedado anclado en nuestra Edad Media, mantenía su moruna esencia medieval; calles estrechas, fachadas pintadas de blanca cal, con viejas puertas y ventanas de madera azules como el cielo.


Los coches pasaban casi rozándole, empezó a sentir la soledad, sus esperanzas estaban empezando a menguar, justo en ese momento hizo mención de parar un coche, puso los intermitentes y paro en el arcen, Omar corrió hacia el pero antes de llegar se paro en seco, se quedo mirando el coche y de golpe se aterrorizó y quiso retroceder cuando oyó la voz de una mujer que le llamaba…
- ¿Hola? Te podemos llevar al pueblo ¿vas allí?
Omar asintió con la cabeza, no se atrevía a dar ni un paso, el temor lo tenia paralizado.
- ¿Quieres que te llevemos?- le dijo la mujer mientras se acercaba, pero Omar seguía en silencio.
La mujer se extraño de que no le contestara. De pronto una niña de unos diez años se bajo del coche y corrió hacia Omar, mientras éste retrocedía unos pasos, fue entonces cuando la señora se dio cuenta del temor de Omar; hablándole con dulzura le convenció de que subiera al coche; El muchacho al ver que era una familia y el ver también a la pequeña, le tranquilizo un poco y se dirigió hacia ellos, la mujer, Alicia le sonrió; le ayudo a subir a la parte de atrás con su hija Paloma, les abrochó el cinturón y continuaron su camino.
El chico se acurrucó en el asiento, no sin antes darles las gracias con una tímida sonrisa.
-¿Quieres un poco de agua?- Le preguntó Alicia mientras miraba a su marido de reojo.- Toma, coge esta botella, tendrás sed…
Omar la cogió y bebió sin apartar la mirada del espejo retrovisor en el que se veían los ojos del marido de Alicia; Luís le sonrió con la mirada, el muchacho volvió acurrucarse y antes de darse cuenta se había quedado dormido.
El matrimonio y su pequeña se miraron, Alicia les hizo un gesto de silencio.
-¿Qué ocurre?- preguntó Luís a su mujer.
- No lo sé… pero este chico está atemorizado y cansado por lo que veo…pero… ¿Qué hará a estas horas por la carretera solo?- Se preguntó Alicia.
Por el camino fueron comentando lo extraño que les parecía el encontrar a un muchacho a esas horas por la carretera solo. Decidieron que cuando llegasen a casa le preguntarían a donde se dirigía y que si quería podía pasar la noche en su casa y al día siguiente ya descansado podía continuar su camino. En media hora mas o menos llegaron a casa, al despertar al muchacho, éste se sobresalto, Alicia y Luis cruzaron una mirada de complicidad. Le comentaron lo que habían hablado, Omar con un castellano chapurreado y como pudo les dijo que no quería molestar.
Alicia consiguió convencerle para que pasase la noche en casa y al día siguiente podía marcharse. Omar no entendía muy bien lo que le decían, no tenía a donde ir y pensó que eran buena gente y se dejó llevar.
El matrimonio tenia dos hijos; la pequeña que les acompañaba, Paloma y Fausto de diecinueve años, que se encontraba en casa cuando llegaron y salio a recibirles. Al ver al muchacho que bajaba del coche de sus padres, se quedó sorprendido.
- ¡Mira, este es nuestro hijo mayor!...se llama Fausto, por cierto… ¿Cuál es tu nombre? ¿Cómo te llamas?- le preguntó Alicia.
- ¿Yo? …Omar.- Dijo tímidamente.
- ¡Os estaba esperando para cenar! Estoy hambriento…- indico Fausto
Pasaron a la cocina, donde había preparado una tortilla de patatas y unos filetes de pollo.
- Lavaros las manos y a cenar, que tendréis hambre, vente Omar, te acompañare al baño, así te lavas un poco antes de cenar.- les dijo Alicia.
Omar iba mirando la casa perplejo; en su casa de las afueras de Chauen, en las montañas, no tenían agua corriente, tenían que ir a un pozo a unos trescientos metros de donde vivían y llevar el agua en grandes cubos a la casa y tampoco habían wáteres, solo una letrina y sin luz. Nada que ver con la casa donde se encontraba. Cuando Alicia abrió el grifo del agua caliente de la bañera, Omar al ver el vapor del agua caliente sonrió, puso su mano debajo del grifo y dejo que corriese por su mano. Alicia le miraba en silencio.
-Bueno… el agua está calentita, aquí tienes el jabón, cuando te laves cenaremos, venga… al agua.
Alicia salio dejando la puerta entornada.
Omar se quitó la gorra, no sin antes cerrar la puerta, (aunque no vio el pestillo que se cerraba para que no se pudiese abrir por fuera) y su larga cabellera negra como el azabache, cayo como una catarata sobre su espalda, se quedó por un momento mirándose al espejo, se llevó las manos a la cara y no pudo reprimir las lágrimas que le brotaron de los ojos como un torrente, se sentía cansado y con una mezcla de alegría y pena a la vez, echaba de menos a su madre pero ya no había vuelta atrás; en cuanto pudiese le enviaría una carta a su madre para contarle que estaba bien, no podía llamarle por teléfono por que carecían de todo lo que aquí nos resulta extraño no tener; cosas tan básicas como el agua corriente, la luz o el teléfono. Se sumergió con sumo cuidado en la bañera, contó hasta veinticinco y se salio inmediatamente, no quería que Alicia le encontrara dentro de la bañera desnudo. Mientras tanto el matrimonio estaba dejando sus cosas en su habitación…
- ¿No te parece un niño muy guapo? Tiene carita de niña, no se… hay algo en él que no alcanzo a entender…- comentaba Alicia.
- No te preocupes mujer ¡vamos a cenar! Veremos que nos dice… ¡si nos podemos entender, claro!
Alicia fue en su busca, llamó a la puerta del baño con los nudillos, pero esta se abrió, no había cerrado el pestillo, así que desde el quicio de la puerta le dijo que la cena estaba ya en la mesa; se sentía muy preocupada por el chico. Omar estaba sentado en una banqueta.
-Estoy pensando que te dejare algo de ropa de mi hijo que le está pequeña, así podrás ponerte un muda limpia, no veo que lleves ninguna bolsa con ropa…¿te parece bien?- le fue diciendo mientras entraba en el baño e iba viendo la tristeza reflejada en su rostro. La mujer intentó ganarse su confianza, quería transmitirle tranquilidad, pero la verdad es que no sabía que hacer ni como actuar, ni siquiera sabía si le entendía. Como pudo le preguntó por sus padres, y le respondió como supo que habían muerto.
- Yo… no… papás muertos, hermanos pequeños Marruecos… yo aquí trabajar.
Para Alicia aquello no era nuevo, ella era asistente social en el ayuntamiento de su pueblo y conocía muchos casos, pero había algo más que la inquietaba.
-Te quedaras a dormir esta noche, mañana ya veremos…
Pero el muchacho seguía negándose.- Yo no molestar…no, no.- negaba con la cabeza, mientras le resbalaban unas lágrimas por su tez morena que intentaba disimular.
Alicia se dirigió a la puerta y la cerró, se acercó al muchacho con una amable sonrisa y le rodeo con su brazo por encima de los hombros y le cogió suavemente la barbilla levantándole un poco la cara.
-¿Omar? – le dijo mirándole a la cara a la vez que instintivamente su mano agarro la visera de la gorra con la intención de quitársela, pero éste se apartó negando con la cabeza.- Tranquilo.- le dijo Alicia haciendo un gesto con las manos.
-Amira… yo… Amira.- acertó a decir mientras bajaba la cara, se quitaba la gorra y dejaba al descubierto su largo pelo, sentía mucha vergüenza ya que en su país no estaba bien visto que se viera el cabello de la mujer. Alicia se sentó de golpe.
-¡Pero si eres una niña! ¡Dios! – dijo mientras hacia ademán de abrazarla.
- No, no decir… yo trabajar, mujer no trabajo… yo no molestar
-¡Pero!… ¿tu? ¿Mujer? ¡Si eres una niña…! bueno… vamos a calmarnos, tú tranquila.- le fue diciendo mientras le acariciaba el pelo.- No diré nada, tranquila, nadie te va hacer daño. Vamos a cenar debes de estar muerta de hambre ¡dios!
-mira…- le dijo gestualmente y mirándola a los ojos- Paloma dormirá con nosotros y tu en su habitación, así estarás más tranquila, nadie te va hacer daño. Cenamos y a descansar, mañana ya veremos…
Salieron las dos del baño, Alicia llevaba aún, reflejado en el rostro la sorpresa de lo que había descubierto. Cuando llegaron a la cocina los ojos del matrimonio se cruzaron, Luis conocía muy bien a su mujer y sabia que algo pasaba, ella le tranquilizó.
-Después hablamos.- le dijo en voz baja.
- ¿No debería quitarse la gorra para sentarse a la mesa?
- Es igual déjalo, venga que se enfría… -quiso cambiar de conversación.
Cuando terminaron de cenar, Alicia lo acompañó a la habitación de su hija y se quedo un rato, hasta que vio que se había dormido. Le daba lastima dejarle, aún no se le había quitado el miedo de los ojos.
Alicia entró en la habitación del matrimonio.
- ¿Qué ocurre? Le preguntó su marido
- Siéntate, tenemos que hablar.- le dijo con el semblante preocupado.
Luis era abogado. Su mujer le contó lo ocurrido en el baño, estaba preocupada, ¿Qué debían hacer? Si Amira era menor y avisaban a la policía, lo primero era que la ingresarían en un centro de menores. No sabían exactamente la edad de la muchacha, pero estaba claro que era menor. Podían acogerla temporalmente…, era una posibilidad, hasta que encontrasen una solución.
Lo que tenían claro es que no la debían dejar marchar, podía ocurrirle cualquier cosa, su deber era ayudarle; era una niña en sola y perdida en un país desconocido, tampoco conocía el idioma, ni las costumbres, podría verse envuelta en muchos peligros.

Amira despertó de golpe, sudorosa y agitada, otra vez aquel horrible sueño. Miró a su alrededor y se tranquilizó al ver que estaba muy lejos de su casa, le horrorizaba lo que le pudiese pasar, pero el temor a casarse con aquel familiar que su padre había convenido era mas fuerte que el miedo ante lo que estaba por venir, ella seguía pensando que no podía se peor.
Como dijo un filosofo:”La vida no se trata de cómo sobrevivir a una tormenta, sino de cómo bailar bajo la lluvia”
Se acurrucó bajo las limpias sábanas y se quedó muy quieta; solo oía su propia respiración. Pensó que lo mejor que podría hacer era irse al salir el sol, sin decir nada, aquella gente se había portado muy bien con ella, pero podían dar parte a la policía y eso seria el fin para ella y la deportarían a su país; y eso no podía ocurrir, la afrenta de su padre para con su primo, al no cumplir la promesa hecha cuando la niña tenia doce años de casarla con el, era algo que podía pagar muy caro, demasiado caro, si regresaba. Su padre nunca le perdonaría, y todo el camino andado no le serviría de nada. Pasó casi toda la noche en vela, al despertarse sobresaltada, no quería dormirse y volver a revivir sus pesadillas.
Amanecía y los rayos de sol asomaban por la ventana, era hora de ponerse en marchantes de que la familia despertase, era sábado y no madrugaban, pero tampoco Alicia había podido dormir, preocupada por Amira.
Se levantó y miró a su marido, seguía durmiendo. Bajo a la cocina y preparó café, mientras tanto fue a la habitación donde dormid Amira y se la encontró levantada y vestida, sentada en el borde de la cama; le llevaba un vaso de leche caliente, se sentó a su lado y la rodeo con su brazo, en un gesto cariñoso.
-Toma, te he traído un vaso de leche, supongo que te gusta…
Amira lo cogió y se lo bebió sin decir nada. Como pudo Alicia intentó que le contase todo lo ocurrido y poco a poco al abrigo del amanecer le fue contando el porque de su escapada y su historia. Alicia no podía dar crédito a lo que escuchaba; alrededor de mil kilómetros distanciaban un hogar del otro y sin embargo parecía que Amira había salido de dos siglos atrás, sin poder remediarlo la abrazó, intentando darle el cariño que una niña de quince años necesitaba.
Le prometió que la ayudaría en todo lo que pudiesen, era muy niña y no podía ir sola por ahí, y tampoco encontraría trabajo sin papeles y sin la edad correspondiente. Amira confió en aquella mujer que le había recogido, era fin de semana y tenían dos días para buscar la mejor solución.
-Será mejor que no te pongas la gorra, es hora de que vuelvas a ser tu, ¡vamos! Mi marido y mis hijos te esperan, están contentos de que estés con nosotros, ya verás como todo sale bien, no te preocupes, nosotros cuidaremos de ti.
La cogió de la mano y la condujo al piso de abajo donde todos estaban desayunando.
Era hora de empezar el nuevo día lejos de lo que el destino le deparaba en su país.
Solo tenía una vida en la maleta.

FIN

Pepa Navarro Rodrigo
Enero-2011
EL RENACER DE UN BOSQUE


Aquella mañana Andrés regresaba de hacer un servicio de los que habitualmente hacía todos los días.
Era piloto de avionetas en una empresa privada, llevaba y traía pasajeros diariamente.
Pidió permiso para aterrizar, todo estaba en orden y empezó las mismas maniobras de siempre.
El tren de aterrizaje falló.
No hubo supervivientes.

Había pasado un año desde que Andrés murió. Lucía, su mujer, se había instalado en Dakamun, un pueblecito, de una belleza excepcional, del cual Lucía guardaba recuerdos de su niñez.
No soportaba seguir viviendo en la casa donde habían tantos recuerdos; momentos compartidos, fotografías, regalos, objetos que le recordaban a Andrés.
Después de mucho pensarlo decidió empezar de nuevo en otro lugar.
Lucía era una mujer de gran vitalidad que amaba la vida a pesar del duro golpe que le había dado. El recuerdo de Andrés era tan limpio y puro que sabía que desde donde estuviese la iba a proteger.
Su relación se basó siempre en el mutuo respeto y la pasión de ambos era la belleza de todo aquello que tuviese vida.
Qué mejor sitio para empezar de nuevo que aquel pueblo que gozaba de todo lo que ellos admiraban.
Compró un caserón a las afueras de aquel pueblo con aromas entremezclados a naturaleza viva, desde donde podía contemplar el mar, las montañas y disfrutar de los olores de la tierra, olor a jazmín, hierbabuena, azahar, romero; era el sitio perfecto para iniciar una nueva etapa en su vida.
Su hijo Santiago era una persona independiente y según él, se declaraba, bohemio, como sus padres.
Le gustaba viajar, tenía 28 años, su casa era su caravana con la que iba al norte o al sur, allá donde sabía que era la temporada de trabajo. Igual trabajaba de monitor de esquí, en Pirineos o los Alpes, que de camarero en las terrazas de verano de alguna ciudad costera. Necesitaba poco para vivir, su caravana le daba pocos gastos, así iba viajando de un lugar a otro.
Aunque la profesión de Andrés había sido piloto, su pasión junto a la de Lucía había sido todo aquello que se movía alrededor del arte y así habían educado a su hijo, Santiago, desde el respeto, la liberad y la pasión por la naturaleza y el arte.
Lucía era licenciada en Bellas Artes, aunque no se dedicó a su carrera plenamente, tenía claro que para ella lo mas importante era su familia, a la que adoraba, su marido era su compañero, su amigo, su amante, su confidente, todo. Habían creado una vida juntos y ahora ella empezaba otra sola.
Lucía siempre había estado en contacto con su profesión. Hizo exposiciones de cuadros y esculturas, también fue profesora en la universidad. Siempre trabajo temporalmente mientras su hijo fue pequeño. Expuso en galerías. Amaba ese mundo y lo había compartido con su compañero y su hijo.
Solía hablar con él, cómo si aún siguiese entre ellos; le contaba sus planes, sabía que él le escuchaba desde donde estuviese y que contaba con su apoyo, siempre lo tuvo.

La casa que compró era un antiguo caserón que ella misma había restaurado de forma que tuviese la mayor luz posible, le gustaba la luz natural, abrir las ventanas y ver el cielo, el sol, las estrellas, sentir el aroma de la lluvia, todo aquello que le llenaba de libertad y los grandes espacios donde poder trabajar en sus nuevos proyectos.
Esa mañana se levantó con gran vitalidad, ansiosa de hacer cosas. Se dirigió al baño y se metió en la ducha, le encantaba el agua caliente, que dejaba correr por su cuerpo sintiendo su caricia. Se desperezó bajo la cascada de agua levantando los brazos, como queriendo abrazar el cielo, estuvo un rato disfrutando de la ducha y decidió salir. El cuarto de baño era grande y tenía un espejo que ocupaba toda la pared haciendo que pareciese aún más grande e iluminado. Mientras se secaba, se miró al espejo y sonrió...
-¡Bueno, tampoco estoy tan mal para mis 55 años! – pensó, mientras se recreaba mirándose.
-¡Incluso teniendo el pelo blanco! así cortito me da un toque de... bueno...Andrés me decía que me daba un toque sensual.- pensó mientras se encogía de hombros, sonreía y levantaba las cejas en un alarde de coquetería. Tenía un aspecto juvenil y jovial, y ella lo sabía, le gustaba tener un toque de rebeldía natural. Se vistió y desayunó en el porche desde donde veía el mar y aspiró el agradable aroma de la mañana; para ella era como una inyección vital que le gustaba tomar cada día.
-¡La verdad es que esto es precioso! - Dijo en voz alta mirando a su alrededor. Cogió sus cosas y se dispuso a subir a su coche, tenía que ir a Dakamun para hacer gestiones y comprar material que necesitaba para el proyecto en el que estaba trabajando. Fue a correos a recoger un paquete. Hizo la compra para casa en el supermercado y decidió ir a tomar un café al puerto, le encantaba sentarse en alguna de aquellas terrazas desde donde se veía el entrar y salir de los barcos pesqueros al puerto y observar a la gente paseando mientras se imaginaba sus historias. Tenía pensado hacia tiempo escribir un libro, era su asignatura pendiente, Lucia era muy observadora, tenia almacenado datos, personajes, situaciones y las iba describiendo en su libreta de notas, hasta que llegase el día en le apeteciese que todos aquellos apuntes tomasen forma y vieran la luz.
La gente de Dakamun vivía mayoritariamente del mar y del turismo. Tenía un pequeño puerto natural abrazado por las casas de sus habitantes y con las espaldas cubiertas por aquellos montes que se alzaban tras ellos. Todo estaba alrededor del puerto y esto le daba un encanto especial que hacía que el turismo se sintiese bien allí, entre el mar y las montañas.
Sus habitantes no querían perder aquel encanto que caracterizaba su pueblo y en la medida de lo posible intentaban mantener la uniformidad del mismo.
Dakuman está situada en la desembocadura de la ría del mismo nombre. Su fondo era arenoso y se encontraba dentro de la Reserva de la biosfera del Urbadai. Es frecuentada por surfers de todo el mundo que trepaban por las rocas para lanzarse al agua y cabalgar por esas gigantes olas de las que solo lugares como Dakamun ofrecía a los amantes de éste deporte. Alguno de sus principales atractivos turísticos eran pasear por las tranquilas y bellas calles del pueblo con su magnifica panorámica de la ría de Gercani.
Los surfistas de élite afirman que allí se forma la mejor ola de izquierda de toda Europa.
Antón es el alcalde de Dakamun, aunque todo el pueblo le llaman Brus, por su aspecto extranjero. Antón rondaba los cuarenta años y estuvo casado, aunque su mujer se fue a la ciudad hacía cinco años; el pueblo que tanto le gustaba a Brus a su mujer se le quedó pequeño y tras hablarlo muchas veces con su marido, decidió volver a la ciudad. Brus era un hombre que tenía por costumbre obrar con meditación y reflexión, al que le gustaba la vida sencilla que tenía en Dakamun, pero no podía obligar a su mujer a quedarse allí con él, la entendía y tenía que respetar sus convicciones, pero no compartían la forma de vivir la vida. La decisión de Brus fue quedarse y dejar volar a la mujer que tanto había querido.
Brus adoraba el mar, su pueblo y su entorno abrigado por los montes. Tenía una pequeña tienda de ropa de importación de de todo aquello relacionado con el surf, también fabricaba las tablas con las que la gente se deslizaba por las ola huecas y largas.

Lucía después de tomar su café en aquella terraza, pensó que ya era hora de hacer una pequeña excursión por los alrededores y descubrir los parajes del interior, cogió su coche y se adentró por los caminos que le llevaba hacia los montes, de pronto al salir de una curva, paró su coche, no podía dar crédito a lo que estaba viendo, todo estaba prácticamente quemado, se quedó apesadumbrada, nunca había visto tanta devastación. El paraje había quedado desolado, después de mirar semejante calamidad durante unos minutos, sintió que unas lágrimas le brotaban de los ojos, mientras iba recordando imágenes de su niñez, cuando iba a veranear al pueblo con sus abuelos; todo estaba igual menos los montes que habían adquirido un color grisáceo enlutado. Subió de nuevo a su coche y se dirigió al pueblo a terminar de hacer sus gestiones con la sensación de sorpresa disgustada.
Debido a su carácter jovial, había hecho sus amistades con los nuevos vecinos, siendo bien acogida allá donde iba. Sus abuelos habían sido gente muy conocida por todos.
Entró en una tienda en busca del material que necesitaba.
-¡Buenos días! ¿Qué tal Teresa? -le dijo a la dueña- He ido a dar una vuelta por al monte..., no sabia que se quemó.
_ Si, ya hace unos años, sabemos que fue intencionado, pero nunca cogieron a los responsables. Las promotoras han intentado por todos los medios que les vendiésemos el terreno, pero Brus, nuestro alcalde no ha dado su brazo a torcer, la gente de aquí no quiere que se construyan grandes urbanizaciones que hagan perder nuestro entorno de siempre, por mucho dinero que nos ofrezcan. Estamos intentando, como podemos y con la ayuda de Brus, la reforestación del monte, pero ya sabes que eso supone muchos años de trabajo y se necesita mucho dinero para el proyecto, pero vamos haciendo cosas..., poco a poco. Hemos limpiado parte del desastre y plantado árboles y plantas autóctonas, pero claro se nos echa el tiempo encima, el ayuntamiento a promovido una campaña para recaudar fondos, pero, Lucía, ya sabes como son estas cosas.- Le dijo Teresa indignada y con el semblante triste.
-Seguro que el proyecto sigue delante, Teresa y nuestros nietos volverán a ver el monte verde.- Le contestó Lucía
- Estoy buscando un material nuevo para mi escultura, me gustaría que no tuviese nada de peso, lo más ligero posible, aunque no se muy bien..., aún estoy haciendo pruebas.- Le contó.
-No sé, debería saber con exactitud lo que necesitas, ¿por qué no hablas con Brus? él utiliza esa tipo de materiales para fabricar sus tablas de surf, quizás te pueda ayudar, tiene el taller junto al embarcadero, dile que te mando yo, te atenderá bien. Es un buen hombre.
- Bueno..., pues gracias Teresa hasta otro día.- Le dijo Lucía despidiéndose con sonrisa agradecida.

Encontró el taller fácilmente. No había tenido aún la oportunidad de conocer a Brus personalmente. Lucia entró en el taller y lo encontró trabajando en una de sus tablas que le habían encargado desde Andalucía para el próximo verano. La tienda que tenia junto al taller estaba llena de ellas y de accesorios para surf, había mucha gente que conocía el pueblo por ser una zona perfecta para esta práctica.
-¡Hola, buenos días!, perdona, estoy buscando a Brus...
-Hola, ¿qué tal? Yo soy Brus, en que te puedo ayudar,- le contestó ofreciéndole su mano cortésmente.- En realidad mi nombre es Antón, aunque la gente del pueblo me llaman así porque dicen que parezco uno de lo extranjeros que vienen hacer surf !ah! también soy el alcalde para lo que te pueda ayudar...- le dijo guiñándole el ojo en un alarde de simpatía campechana, a lo que Lucía respondió con una atrayente sonrisa y un apretón de manos. Le pareció un hombre alegre y atractivo.
- Vengo de parte de Teresa, la señora de la tienda que hay al lado de correos, me dedico hacer esculturas y otras obras y necesito un material que sea..., con poco o ningún peso, para un proyecto que tengo, me dijo Teresa que utilizabas ese tipo de materiales y aquí estoy,- le fue diciendo Lucía.- Vine a vivir aquí hace mas o menos un mes y aún ando un poco despistada. Vivo en la ladera de la montaña, en la casona.
-¡Ah, sí!- afirmó Brus- he oído hablar de ti, ¿tus padres eran de aquí, no?
-Mis abuelos maternos y, ¡mi madre, claro! yo vine de pequeña algún verano, pero ya sabes...luego te haces adolescente y no valoras el encanto de la sencillez del pueblo, y dejas de venir. Me quedé viuda hace un año más o menos y pensé que lo mejor que podía hacer era volver, los recuerdos que tengo de mi niñez, la verdad... me hacen sonreír, con la grandísima suerte, al menos para mí, de que el pueblo no ha cambiado prácticamente nada - le iba contando a Brus-. Vengo de dar un paseo por el monte y he visto como ha quedado, ¡dios, que desastre!-dijo enojada Lucía.- Me dijo Teresa que estáis trabajando en la reforestación sin manos mercenarias.
-Sí- afirmó Brus-.La verdad es que es un gran problema, me alegra saber que se solidariza con el pueblo.
-¡Por supuesto! -le confirmó Lucia- me encantaría ayudar en lo que pudiese, ¡claro que sí! -la mirada limpia de Brus empezó a ponerla nerviosa- bueno... yo venia por el material...
- Veré lo que puedo hacer -le contestó Brus- si se le ocurre cualquier cosa o idea nueva para intentar volver a hacer que renazca nuestro monte le estaríamos muy agradecidos.
-Seria un placer poder ayudar, cuenta conmigo -le dijo- tengo que irme, está atardeciendo, vendré otro día con más tiempo y hablamos del tema y también de mi material, a ver que me has conseguido, hasta pronto-. Lucía se despidió con una de sus bonitas sonrisas.
-Espero que sea pronto -le contestó Brus- .Hasta pronto.

Lucía se dirigía hacía su coche cuando sonó su móvil. Era su hijo Santi.
-¡Mamá! ¿que tal? ?como estas? estoy aquí en el pueblo -le dijo Santi-.Si, he venido a pasar unos días contigo, estoy en el camping, he ido l a dar una vuelta por el pueblo con la bici, quería verlo ya que nos has hablado tanto de el -le iba contado Santi- he hecho un poco de turismo rural por mi cuenta, ya me conoces..., perdona si no te he llamado antes, quería verlo antes de que nos viésemos, tenias razón mamá, tiene un encanto y un aroma especial.
Lucia, viendo que no cesaba de hablar le cortó,-¡Cariño! paso a recogerte y vamos a casa, ya veras como te gusta, tendrás muchas cosas que contarme y tengo muchas ganas de abrazarte, hijo, voy para allá -le dijo cortando la comunicación, se moría de ganas por abrazar a su pequeño hippy, como ella le llamaba, se parecía mucho a Andrés.
Santi, había ido antes a Valencia a la casa familiar y traía el correo que aún llegaba.
Cuando llegaron a casa era la hora de cenar, se prepararon algo rápido y se sentaron en unos troncos que Lucía había convertido en sillones, llenándolos de almohadones de distintos colores fuera, en el zaguán, hacía una buena temperatura, era el mes de mayo y se estaba bien cenando bajo el cielo envueltos de estrellas y respirando el aroma de la noche.
-Siempre has tenido un sentido especial para rodearte del mejor escenario -le dijo Santi- esto es precioso, se respira mucha tranquilidad. Cuando estuve en el pueblo esta mañana, hablé con gente, me han contado lo del incendio.
-Sí, yo no sabia nada, esta mañana fui a dar un paseo por el monte y lo he visto. Después estuve haciendo gestiones en el pueblo y pregunté que había pasado. Aquí la gente es muy amable, están trabajando para reforestarlo, tienen proyectos, pero se necesita mucho dinero y muchas manos desinteresadas para hacer efectivo los proyectos. He conocido esta mañana al alcalde, Brus, y hemos estado hablando..., seguro que se me ocurre algo para ayudar -dijo Lucía pensativa.
- Estoy seguro mamá -le contestó Santi- ¡por cierto! he pasado por Valencia y he ido a casa, te he traído el correo. Lucía le cogió la mano y acariciándole la mejilla le dijo sonriendo; ¡Me recuerdas tanto a papá! bueno... es tarde, vamos a dormir, mañana tenemos muchas cosas que hacer.
- Yo me voy a la caravana, mamá, mañana vendré pronto, un beso mamá, hasta mañana. Cuando Santi se fue, Lucía se quedó un rato más en el zaguán mirando las cartas que Santi le había traído: entre ellas había una de una compañía de seguros, Lucía se extrañó, pensó que sería publicidad, la abrió sin ningún interés, pero la cara le fue cambiando de expresión conforme la iba leyendo.
Era un seguro de vida que su marido había contratado años atrás sin ella saberlo. También hablaba de un sobre que Andrés había dejado para que se lo dieran junto al dinero de la póliza.
Lucía miró al cielo. -¿Por qué Andrés?- preguntó para sus adentros- incluso después de irte me sigues sorprendiendo, ¡te echo tanto de menos! -pensaba mientras se deslizaban unas lágrimas por sus mejillas.
Estuvo en el zaguán largo rato pensando, recordando, añorando, hasta que el cansancio le venció y se quedó dormida con la noche como techo, las mejillas mojadas y una suave sonrisa; siempre sonreía cuando pensaba en Andrés.
El frescor de la mañana la despertó, la panorámica que desde allí disfrutaba, le hacía sentirse privilegiada, se acurrucó bajo la manta que le cubría y se dejó llevar por el amanecer sin poder quitar la mirada del horizonte, como hipnotizada por tanta belleza. Su casa se encontraba de espaldas a las montañas, por lo que desde allí no podía ver la imagen árida del monte, pero aún así no dejaba de pensar en ello.
Cuando más tarde Santi llegó, le preguntó si había algo importante entre el correo, Lucía le dio la carta para que la leyera, mientras ella le miraba.
Cuando terminó de leerla, Santi le preguntó a su madre si sabía algo de la póliza.
-No, no sabia nada, yo no era partidaria de ello, además solo de pensar en la finalidad de la póliza se me ponían los pelos de punta, no quería ni pensar que algo le pudiese suceder a papá, pero ya ves, lo hizo igual, sin decirnos nada -le contestó Lucía- tendremos que ir a Valencia, pasaremos allí unos días y solucionaremos esto.
Salieron a primera hora del día siguiente. Llegaron a Valencia por la tarde. Al regresar a casa Lucía se sintió triste. Volver a dormir en aquella cama que aún conservaba el olor de Andrés se le hizo duro y prefirió dormir en la habitación de invitados. A la mañana siguiente fueron a la compañía y les dieron todos los detalles. Resolvieron todos los papeleos y se dispusieron para ir al restaurante de unos amigos a cenar. Lucía no abrió la carta de Andrés, lo reservó para cuando estuviese sola. Pasaron en Valencia una semana y dormía cada noche con la carta sin leer entre sus manos. No le importaba el dinero que Andrés tuvo a bien dejarles, solo las palabras que le había dejado escritas tenían valor para ella.
Llegó el día de partir hacia Dakamun, Lucía y Santi se despidieron de sus amigos y retomaron el camino de regreso hacia su particular paraíso, con aquel pequeño trozo de papel que Andrés le había reservado a Lucia. Llegaron al pueblo ya entrada la noche, Santi dejó a su madre en casa y se fue a su caravana. Lucía cogió una pequeña manta; esa noche hacia fresco, se envolvió en ella y salió al zaguán. Se tumbó en uno de los escañiles que tenia lleno de almohadones; olió el sobre, creyendo que iba a tener el aroma de Andrés y, aunque no fue así, miro al cielo y le pareció ver su rostro reflejado en la luna, como si la estuviese mirando. Abrió el sobre lentamente, cogió la hoja que había dentro y se dispuso a leerla. Era una carta sin fecha.





















Mí amada Lucía:

No sabes cuanto siento que estés leyendo esta carta. Deje escrito que te la entregaran un año después de mi último viaje, sé que no hubiese sido bueno para ti recibirla con mi partida reciente. ¡Cómo me gustaría estar a tu lado! ¿Estás bien, mi amor? no te preocupes..., estoy seguro de que has conseguido salir adelante, te conozco, eres fuerte y amas la vida como yo la amaba y sé que mi recuerdo te ha hecho resurgir de ti misma. Perdóname, por no haberte dicho nada de esto, sé que no me lo hubieras permitido, pero mi trabajo tenía sus riesgos y como ves así ha sido. Este es mi regalo de despedida. Sé que harás buen uso de el, confío en ti plenamente y encontraras la forma de convertirlo en un bonito regalo. Los dos amábamos las mismas cosas y a nuestro hijo.
Habrás empezado una nueva etapa en tu vida, yo estaré velando por ti desde allá donde esté.
¡Vive Lucia! ¡Vive por mi! cuando nos reunamos quiero ver esos surcos que deja la vida en la piel, no tengas prisa por reunirte conmigo, yo tengo toda la eternidad para esperarte y tu tienes muchas cosa que hacer aún. Enamórate y se tan feliz como nosotros lo fuimos, no quiero que estés sola, no es buena compañera la soledad, tu le diste claridad a mi vida, busca ahora tu luz.


TE QUERRE TODA MI ETERNIDAD.


ADIOS MI LUZ. ANDRES.



Lucia miró al cielo, estaba cubierto por un manto de estrellas, abrazó aquel trozo de papel en su regazo y se le escaparon lágrimas de impotencia y dolor, se acurrucó dentro de la manta buscando el calor de Andrés y estuvo llorando toda la noche en silencio, hasta que llegó el alba.
Amaneció de nuevo el día, Lucia se sentía triste, las palabras escritas por Andrés resonaban en su interior…

¡VIVE LUCÍA!

No quería estar triste cuando llegase Santi, se dirigió a la ducha y se dejó abrazar por el calor del agua, que dejó correr por su cuerpo durante un buen rato y como hacía cada mañana, levantó los brazos como si quisiera abrazar al cielo.
Cuando su hijo llegó, estaba preparando el desayuno –pasa hijo, estoy haciendo café, ¿te apetece? –le preguntó.
-¡Claro mamá! Huele de maravilla. –le contestó
Desayunaron tranquilamente mientras charlaban -¿sabes mamá? Me gusta esto –le dijo- creo que me quedaré una temporada aquí, seguro que encontraré un trabajo con el que subsistir y mantenerme ocupado.
Lucía quiso volver a al realidad después de esa semana desconcertante, agitó la cabeza, como queriendo deshacerse de su tristeza, le acarició el pelo, buscó sus ojos y le habló de Brus, quizás él le pudiese orientar.
-Está bien mamá, hablaré con él. Dame un beso, luego te veo, voy al pueblo.
Lucia se quedó en casa, fue al almacén. Antes había sido un cobertizo para guardar las herramientas del campo. El techo era transparente, lo reconstruyó cubierto como una bóveda de metacrilato por donde entraba toda la luz que emanaba del cielo y allí se perdió entre lienzos, pinturas, colores, cuadros y esculturas.
Brus estaba en su taller. Su trabajo era puramente artesanal.
-¡Buenos días! ¿Brus? -éste asintió con la cabeza- Buenos días –le contestó- ¿tu dirás? –le dijo acercándose mientras le tendía la mano.
-Hola, soy Santi, el hijo de Lucía, mi madre me ha hablado de ti, te cuento; he venido a pasar una temporada cerca de mi madre y busco algún trabajo. Estoy acampado en el Camping. Suelo viajar en caravana, ¡como los caracoles, con la casa a cuestas!, me preguntaba si sabrías a quien o a donde puedo dirigirme…
-Bueno…, la verdad es que a mi me hace falta que me echen una mano, tengo un pedido importante y se me echa el tiempo encima, este trabajo es todo artesanal –le fue contando Brus- pero claro, no da para tener un empleado todo el año, pero si que me vendría bien que alguien me ayudase unos meses.
-Bien, sería interesante, me gusta aprender nuevos oficio y más si son artesanales, ¡soy un “manitas”! ¿Sabes? –Le increpó Santi –y posiblemente me quedé hasta la entrada del invierno, ¿así que si quieres? ¡Estoy disponible!
Brus se rió -¿qué te hace gracia? –le preguntó Santi.
-¡Anda, que entre tus pelos y los míos…! ¡Vaya par de melenudos!, nos van a sacar una canción!
Santi también sonrió, le gustaba aquel hombre.
–Aunque tengo que decirte –prosiguió Brus- que soy muy metódico en el trabajo, me gustan que se hagan las cosas bien y sobre todo la puntualidad.
-¡Perfecto! Imagino que serás un buen maestro –le dijo Santi, guiñándole un ojo copartícipemente.
-Venga, decidido, empezaremos mañana, ¡por cierto! Hace días que no he visto a tu madre, ¿se encuentra bien? –preguntó Brus.
-si, está bien, hemos estado unos días en Valencia, arreglando papeles, ya sabes…, volvimos anoche.
-¡Pues nada…! Me alegro de que estéis de vuelta, te espero mañana prontito. –Le dijo Brus tendiéndole la mano- ha sido un placer- le contestó Santi ofreciéndole la suya –Hasta mañana, jefe.
Al día siguiente acudió a trabajar a la hora convenida, puntual. Brus ya le tenía preparado lo que tenía que hacer y fue enseñándole los secretos y habilidades del trabajo. Santi se sentía bien trabajando allí y cogieron confianza rápidamente. Por las tardes Brus atendía sus deberes derivados de su cargo como Alcalde. Santi le acompañaba casi siempre, se habían convertido en buenos colegas, unidos por su trabajo para el renacer del monte.
Santi, había viajado considerablemente y conocía a mucha gente. Les fue llamando y contando la historia de Dakamun, muchos de ellos acudieron a la llamada con el propósito de ayudar en el proyecto, aún no era temporada alta pero el pueblo para el turismo, pero el pueblo se llenó de gente y eso era bueno a todos los niveles. Los días fueron pasando y la incipiente amistad entre Brus, Lucía y Santi se fue afianzando.
Lucia por su parte contactó con varias galerías de arte que se interesaron por su obra, pero les puso la condición de que las exposiciones tuvieran lugar en Dakamun, en cualquiera de los antiguos edificios que habían sido restaurados. Su intención era hacer llegar al pueblo la máxima cantidad de gente posible, y esa era una buena manera. Hizo las exposiciones, tanto de ella, como de los colegas de profesión en los edificios más emblemáticos, dándoles así el encanto y la magia que caracterizaba el fusionar lo antiguo y lo moderno. Adoptaba también el papel de mecenas, para artistas noveles, programando concursos de todo aquello que estuviese relacionado con las bellas artes existentes, tanto pintura y escultura, como música, literatura o danza, incluyendo también las escénicas. Contaba con cierto prestigio en estos horizontes. Fue un año maratoniano, entre cursos, exposiciones, encuentros literarios, jornadas de danza, de percusión, pases de cortometrajes, tanto a nivel nacional como internacional. Charlas sobre el medio ambiente, Simposios sobre los montes. Se movieron a todos los niveles, teniendo un excelente éxito, siendo casi siempre el tema a tratar, el mar, las montañas, el agua y el fuego. Cada uno de los muchísimos visitantes aportaba su granito de arena de una forma u otra.
Lucía y Brus sabían que no iban a ver aquellos montes con el verdor que les caracterizaba, totalmente repoblados, pero sí lo harían los hijos de los hijos del pueblo y esa motivación les hacía seguir adelante y estar cada vez más unidos por el trabajo que estaban desarrollando.
Lucía también contactó con sus compañeros docentes y se organizaron excursiones en las que los pequeños y mayores también plantaban arbolitos y plantas autóctonas, siempre bajo la supervisión de los guardas forestales. Los niños estaban en contacto con la naturaleza y se les enseñaba que era lo que nunca debían hacer cuando iban al monte, lo que era necesario trabajar para conservarlo y las consecuencias de los incendios.
Así los meses fueron pasando.

Un día Lucía se despertó sobresaltada y sudorosa, sin saber porque. Era tarde, solía levantarse al amanecer, con los primeros rayos de sol. Salió de su habitación y se dirigió al porche, eran las diez de la mañana, se quedó mirando el horizonte, algo extraño sentía dentro de si.
Se dirigió al almacén que había habilitado para su trabajo. Cogió uno de los lienzos en blanco que tenía y empezó a dibujar sin saber muy bien el qué.
El azul del mar, el verde de los árboles, el blanco de las nubes, y cuando se dio cuenta, pincelada a pincelada había dibujado la silueta de Brus. Lucia estaba de espaldas a la puerta, se quedó mirando el lienzo y tan absorta estaba en sus pensamientos que no se dio cuenta de la presencia de Brus apoyado en el marco de la puerta, observándola en silencio como ella dibujaba el rostro de su amor. Lucía se dio la vuelta lentamente, sus miradas se cruzaron. No hicieron falta palabras. Brus se acercó y la tomo de las manos. De los ojos de Lucía se escaparon unas lágrimas. Brus le acaricio el rostro y se las besó, ella se dejó abrazar, buscó su rostro y lo besó con ternura. El la cogió en brazos dejándola dulcemente sobre un diván con dosel que había restaurado Lucía, y allí entre cuadros por terminar, pinceles y aroma a colores pintaron el lienzo blanco de su amor recién encontrado. No les importó su diferencia de edad, ellos se sentían por encima de aquellas cosas tan banales, se dejaron llevar por la verdad de sus sentimientos hasta la llegada del atardecer.
Ellos habían hecho renacer el bosque y éste les compensó, llenándoles de amor.
A lo lejos, en el cielo, se veía la estela de colores que dibujaba una avioneta.
FIN.